LA masificación está mal vista en Sevilla. Se despotrica contra la masificación de la Semana Santa y de la Feria, e incluso de la Navidad. Por supuesto, se lamenta que Sevilla viva de un turismo masificado. Pero, al mismo tiempo, se elogia el récord de visitantes en la Catedral, el récord de ingresos en el Alcázar (que tanto agrada al Ayuntamiento), el ranking de la guía Lonely Planet, o que los hoteles permanezcan con un alto índice de ocupación en agosto, cuando antes nadie venía a Sevilla y las habitaciones se ofrecían a precios tirados por los suelos. Existe como un desequilibrio: es un quiero ser rico sin turistas, pero no puedo.

Ayer la plana mayor de los empresarios abundó en esta idea. Hicieron un balance del año turístico Miguel Rus, presidente de la CEC, acompañado por el presidente de Aprocom, Tomás González; el de los hosteleros, Pablo Arenas, el de los hoteles, Manuel Comax; y el de las empresas turísticas, Gustavo de Medina. Representan a los principales sectores del turismo. Coincidieron en esa necesidad de que Sevilla apueste por la calidad antes que por la cantidad. Aunque, en general, ofrecieron cifras basadas en la cantidad, en el aumento de ingresos. Por ejemplo, la subida de un 4,6% en la facturación de hoteles y restaurantes (con menos gasto medio por cliente), o el aumento de las estancias medias.

El éxito de 2017 se explica porque vinieron más visitantes. Supongo que si hubieran venido menos no se hablaría de éxito. A no ser, claro, que llegaran varios jeques árabes manirrotos, o mil multimillonarios yanquis apasionados por Murillo. El peligro de la masificación ¿cuál es? No es tanto el número de individuos que acuden a Sevilla, sino el tipo. Abunda el turista barato, por no decir casi indigente.

En esa apuesta por el turismo de calidad (que comparte el Ayuntamiento) se está hablando de nuevos hoteles de cinco estrellas por todo lo alto. En la Comisaría de la Gavidia, o en el Banco de Andalucía, la apuesta es por el gran lujo. Por el contrario, en esos apartamentos ilegales que proliferan, puede terminar la buena gente durmiendo al fresco de los balcones, como aquellos inmigrantes de Madrid.

En una gran ciudad turística como Sevilla, el problema no es la masificación, sino la convivencia y el orden. Las masas son más pobres que ricas, pero se trata de buscar el equilibrio: ordenar el sector con sensatez, para no quejarse del gentío que estorba mientras festejamos el récord de visitas.

José Joaquín León