LA luna de Parasceve ha propiciado este año que el Miércoles de Ceniza coincida con el Día de los Enamorados. Metáfora perfecta de lo que significa la Semana Santa. Pues el amor está detrás de todo lo que vemos en las calles; y a veces es callado, íntimo, oculto sólo para el disfrute o el sufrimiento de quien lo siente. Porque el amor a veces duele, no siempre es agradable. El verdadero camino del amor es el que se nos enseña en una cruz desde el Domingo de Ramos. Y hoy queda anclado, como un símbolo, en el principio de otra Cuaresma.

El amor estaba presente en 2018 desde el 1 de enero, cuando empezó el quinario al Gran Poder. El amor se manifiesta en todos y cada uno de los cultos. El amor que también puede ser la Amargura en imágenes, como reflejaron Carlos Colón y Carlos Valera en la película que vuelve a coronar el diálogo eterno que se dice sin palabras en San Juan de la Palma. El amor vuela con el incienso y vuelve con el azahar, porque nunca se ha ido. El amor se queda reflejado en los ojos de una Virgen, en el último cirio que arde en un altar de cultos.

El amor siempre es más fuerte que la muerte. Eso se recuerda cada Miércoles de Ceniza, cuando nos convertimos por un momento en el destino de nosotros mismos, en la advertencia de que el futuro tiene fecha de caducidad personal. Sin embargo, las cenizas nos recuerdan que la vida no es estéril. El alma que vuela a la eternidad evoca la llama de amor viva que cantaba San Juan de la Cruz en sus Canciones del alma. La ceniza es la huella de la muerte que matando en vida la ha trocado. Las lámparas de fuego que iluminaron las cavernas del sentido, según el poema sanjuanista, también dejarán las cenizas como legado postrero del tiempo que vivimos.

Por eso, en los columbarios que se han instalado en algunos templos, a modo de nuevos cementerios, revive un Miércoles de Ceniza sin principio ni fin. Estamos pendientes del ruido, de mirar hacia las sombras fugaces de las calles, y nos olvidamos de ver en la profundidad de nosotros mismos. Sólo el amor combate el desasosiego de la finitud del tiempo. Sólo el amor nos reconcilia con nuestra sed de Dios. Y eso es lo que se recuerda desde hoy, durante 40 días y 40 noches, hasta que llegue la Pasión, Muerte y Resurrección. La ceniza nos impregna de realidad. Recuerda que la tragedia del hombre no es que huya de Dios, sino que no lo encontrará hasta que lo busque con amor.

José Joaquín León