HAY una gran alarma internacional ante este coronavirus. No me refiero al de Wuhan, donde siguen tomando medidas para encerrar a unos 20 millones de chinos, sino al coronavirus de Sánchez, que puede certificar la defunción de un país con más de 46,6 millones de habitantes. Sus efectos son perniciosos y está causando estragos. El foco inicial parece que fue detectado en el Palacio de la Moncloa, donde un gurú llamado Iván Redondo estaba haciendo cosas raras para ganar las elecciones, y su invento se le fue de las manos. El primer síntoma del coronavirus de Sánchez es la amnesia. Un día dice una cosa y al siguiente dice la contraria, pero nunca recuerda que dijera nada.

EN estos momentos, Cataluña es un problema irresoluble y, además, no tiene solución. Los independentistas piden lo imposible. Sin embargo, ni la derecha ni la izquierda ofrecen un plan coherente y asumible para que Cataluña siga siendo española, con el apoyo de la mayoría de sus habitantes. Sólo se conseguiría ganando la Generalitat en unas elecciones, y convenciéndolos de que tienen más ventajas que inconvenientes en la España de las autonomías. Para ganar unas elecciones catalanas hubo una gran oportunidad en 2017, cuando Ciutadans fue el partido más votado. Lo gestionaron muy mal; y es uno de los motivos del fracaso posterior de Ciudadanos, que no se arreglará con el traslado de Inés Arrimadas a Madrid. Ahora todo lo que se oye va encaminado hacia la independencia.

SEGÚN el Diccionario de la Lengua Española, nepotismo es “desmedida preferencia que algunos dan a sus parientes para las concesiones o empleos públicos”. La palabra deriva del latín, de nepos, que significa sobrino o descendiente. Según la Wikipedia, “el nepotismo es la preferencia que tienen algunos funcionarios públicos para dar empleos a familiares o amigos, sin importar el mérito para ocupar el cargo, sino su lealtad o alianza. Según Murídicas, en países donde se ejerce la meritocracia, el nepotismo es generalmente negativo y se considera corrupción”. Según el sentido común, que un vicepresidente del Gobierno enchufe a su pareja como ministra es escandaloso.

LO ha vuelto a hacer. En el debate de investidura de las vísperas de los Reyes Magos, el candidato Pedro Sánchez dijo que el problema de Cataluña es una situación heredada de los tiempos de Rajoy. Bueno, incluso de antes, pudo decir. Porque Francesc Macià fundó Estat Catalá (que defendía una insurrección) el 18 de julio de 1922. Y ya hubo una sublevación en 1640, con Felipe IV. En el siglo XIX, había políticos que pedían sin disimulos la república catalana. No lo ha inventado Quim Torra, ni Carles Puigdemont, ni Artur Mas, que se pusieron farrucos cada uno en su momento, y ahí siguen, con permiso de unos tribunales sí y de otros no.

EL PSOE se está disparatando. Siguen abriendo la caja de las sorpresas. El alcalde de León, José Antonio Díez, se ha autodeterminado y quiere montar una nueva autonomía con las provincias de Salamanca y Zamora, donde no se han pronunciado. Por el contrario, el alcalde socialista de Valladolid, Óscar Puente, se lo recrimina. Crear un sucedáneo del reino de León para separarse de Castilla es la última parida que se les ha ocurrido. En la calle Ferraz guardan silencio ante lo que se les viene encima. Miquel Iceta dice que al PSC le resulta más cómodo pactar con ERC que con el PP y Ciudadanos, mientras Inés Arrimadas y Pablo Casado le piden a los barones del tipo Javier Lambán y Emiliano García Page que intervengan. En Andalucía no se sabe ya si manda Susana o el fantasma de Pedro. El programa del presidente se reduce a gobernar por gobernar, cueste lo que cueste. España ha quedado secuestrada, políticamente hablando.