l Cuesta creer que los incidentes de la Madrugada fueran provocados por un vandalismo espontáneo l Ocurrió en el peor momento y con focos en los lugares más conflictivos

ES difícil creer que los incidentes de la Madrugada de 2017 se deban a un gamberrismo ocasional. Tampoco parece creíble que sólo fueran provocados por tres delincuentes comunes, cuatro niñatos sevillanos y un senegalés borracho.  Pareció un ataque con toda la pinta de estar bien diseñado y planificado. Presenta evidentes semejanzas con los sucesos de 2000 (y con el intento parcial de 2015). Pero, en esta ocasión, fue más peligroso. Surgió en varios puntos casi simultáneamente (algunas fuentes detallan hasta siete) y fueron lugares de alto riesgo. No sucedió algo peor gracias a Dios, a las medidas de seguridad (que lo mitigaron parcialmente), y a que vamos aprendiendo a convivir con el caos.

Nos abruma de nostalgia cuando recorre el barrio de  los poetas. Pero esta Soledad no oculta una derrota. Hay esperanzas dentro de cada una de sus lágrimas

ESTA solitaria Virgen que pasa ahora, delante de una cruz en la que se mece un sudario, la que avanza presurosa, se diría que desgarrada, es la cumbre del dolor de una Madre. Atraviesa con sigilo extasiado las calles de San Lorenzo, como si temiera enajenarse con un rumor que la perturbara, como si fuera indiferente a las saetas, como si sólo viviera dentro de sus pensamientos.

Esta Virgen es la que nos provoca nostalgia en la noche del Sábado Santo. Es la que abre un camino difícil, el que conduce de su soledad a la esperanza, de los silencios de muerte a las campanas de júbilo, de la oscuridad al alba. Es la soledad sonora que no necesita palabras. Es la misma Soledad que le prestó su rostro a un retablo de azulejos en el cementerio, donde todos los días es Sábado Santo, donde la cruz está más alzada, apuntando siempre al cielo. Es allí donde sus lágrimas parecen más espesas.

Esta madrugada vuelve a ser 14 de abril. Es una fecha histórica. En 1995 se encontraron en la Catedral, cara a cara, las Esperanzas

SUCEDIÓ en la Catedral. Pocos pudieron verlo. Cuando las dos se quedaron frente a frente, cuando se cantaba la Salve más esperanzadora jamás imaginada, resbalaron lágrimas. Nunca más lo verían aquellos privilegiados. Nunca más ha sucedido. Ya han pasado 22 años. Y esta madrugada coincide con otro 14 de abril.

Ocurrió por casualidad, como a veces pasan los milagros. Madrugada amenazando lluvia, inquietante. A las cinco y media empieza a llover. La Virgen de la Concepción ha entrado en San Antonio Abad. El Gran Poder apresura el paso desde la plaza del Museo, cubierto, para guarecerse cuanto antes en San Lorenzo. El Señor de la Sentencia avanza hacia la Anunciación. Pero la Esperanza Macarena se queda en la Catedral.

Todos nos hemos sentido traicionados alguna vez y eso es lo que se representa. Los malos y los buenos. Pero, al final, solo el Señor es el Bueno

AQUEL hermano número 1 ya falleció, hace demasiados años. Una tarde de marzo en su casa, con la voz temblorosa, mientras la Cuaresma avanzaba con chicotás que siempre nos parecen cortas, mientras llegaban rumores de charlas en Casa Morales, me contó que él había visto a la antigua imagen del Señor, en las calles de Sevilla, con una túnica bordada; y que cuando encargaron una talla nueva a Castillo Lastrucci algunos hermanos se enfadaron, y más aún cuando enviaron al antiguo Titular a la parroquia del Juncal.

No obstante, con el paso de los años, ese monumental paso de misterio se transformó en un clásico de la Semana Santa. Como si hubiera existido toda la vida, como si fuera una herencia de los siglos de oro del barroco, o de la Semana Santa romántica. Y que, sin embargo, ese misterio tan extraordinario era de ayer mismo, porque todo lo hizo Antonio Castillo Lastrucci, y todo se estrenó en 1945: el Señor, las figuras del misterio y el paso. Todo salió nuevo ese año. Total, que era muy bonito, pero de ayer mismo. Y que los viejos recordaban aún el antiguo. Y que las cofradías no tenían memoria, y que eran capaces de reinventarse. Aunque a ellos les quedaba su Regla panadera.

Fue un encargo que hicieron los jesuitas para provocar el arrepentimiento. El imaginero recurre a la serenidad para reflejar la elocuencia implacable de la Muerte

CON el paso del tiempo, se pudo escribir su historia. Hoy el Cristo de la Buena Muerte es una de las obras mejor documentadas de su autor, Juan de Mesa, que durante siglos fue un artista oculto bajo la fama de su maestro. El 13 de marzo de 1620, el jesuita Pedro de Urteaga encargó al escultor Juan de Mesa y Velasco la hechura de un Crucificado para la Casa profesa que tenían en Sevilla. El Cristo fue terminado el 8 de septiembre de 1620. También le encargó una Magdalena abrazada a la cruz, que se perdió con los años. Una leyenda afirma que los jesuitas pretendían escenificar el arrepentimiento ante la Muerte de Cristo, un testimonio impactante para disuadir del pecado de la prostitución.