UNA vez más, el Gobierno de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias ha encontrado un motivo oportunista para dividir a la sociedad española. Y, además, para que aparezca la Iglesia por medio, y puedan poner a los católicos como carcas, cavernícolas y contrarios a los avances científicos. Para ello han acelerado la aprobación de la Ley de Eutanasia. Y además jaleando que sólo se oponen el PP y Vox, mientras presumen de tener el apoyo de Ciudadanos (lo defendió personalmente Inés Arrimadas) y de partidos que en sus orígenes fueron democristianos, como el PNV y una parte de JxCat. Sin embargo, estamos ante una manipulación más del sectarismo de PSOE y UP, con la complicidad torpe de partidos que juegan a liberales.

EL ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones (vaya nombrecito) es José Luis Escrivá, y suele ser citado como uno de los más sensatos del Gobierno, lo que no tiene especial mérito. En unas declaraciones recientes dijo que en España no se dan las condiciones de competitividad ni hay niveles suficientes de productividad para implantar la semana laboral de cuatro días (con tres de descanso), como ha sugerido Pablo Iglesias. Según parece, el Gobierno no se lo plantea. Sin embargo, ya lo han lanzado como un globo sonda. A ver qué dicen. Y a ver si se rebrincan demasiado los que trabajan siete días a la semana en sus pequeños negocios, o los que no trabajan ninguno porque están parados, o lo que sea, y pueden ver con envidia el nuevo chollo.

ES una pena que ya no haya pintores como los de antes, ni políticos tampoco. Es una pena que ya no tengamos a Tintoretto (que a las nuevas generaciones les sonará a una tienda de moda) para pintar otra vez a Susana y los viejos. Pero en la versión del PSOE. En cuyo cuadro, a la pobre Susana (que está de capa caída) habría que sustituirla por Adriana, a la que mirarían con estupor Felipe y Alfonso, dos viejos de otros tiempos, a los que dejó en muy mal lugar la portavoz del PSOE sanchopancista, que es el que mola, no el de aquellos muchachitos de Suresnes, que tan desfasados se han quedado.

ESTAMOS en otro momento crucial para la temporada del coronavirus: cuando nos jugamos la tercera ola. ¡Ay, Rocío Jurado, cómo te recordamos con tantas olas! Cuando hay una media de 300 muertos al día en España (en primavera, con ese número de difuntos, aún estábamos encerrados), el ministro Salvador Illa sigue dando palos de ciego, lanza borradores navideños sin paracaídas para después recogerlos. Sin saber qué hacer: si aflojar, o restringir. Con las autonomías revueltas. Y con el público que se viene arriba. Miran hacia el horizonte de las vacunas, y no quieren perder el jolgorio de la Navidad. Los ayuntamientos andaluces inauguran luces de fiesta para el toque de queda. La Nochebuena viene y se irá, y nosotros nos iremos y no volveremos más. Veremos si en Andalucía se prohíbe el cante.

LA política educativa de cierta izquierda (la más extremista) se basa en acabar con la enseñanza concertada, la asignatura de religión y el castellano (que en el resto del mundo se conoce como español) como lengua matriz del Estado. Sobre esto último me voy a centrar. Lo otro forma parte de unas posiciones sectarias, marxistas a ultranza, que aspiran a imponer. La gente debe entender que las mayorías en las urnas sirven para frenar abusos como éste, y blindar la democracia y las libertades frente a los arrumacos de Frankenstein. Para no pasar de Guatemala a Guatepeor. Pero me refería al español, que es la lengua de Guatemala, y sigue siendo la de España, lo que no impide que otros territorios tengan las suyas, y que se deban preservar. Sin cargarse a la de todos.