CERRAR librerías es una costumbre habitual en Sevilla. Ya sucedía en el siglo pasado. Tampoco es un problema exclusivo del gremio de los libreros, sino que sucede lo mismo con comercios dedicados a otras actividades. Y ahí es donde surge una de las cuestiones a considerar: ¿una librería es sólo un comercio? Desde un punto de vista económico quizás lo sea, pero detrás existe un componente cultural y casi sentimental. Porque a las librerías y los libreros nos acostumbramos. De modo que cada cual prefiere los suyos. Y sabemos que no es lo mismo comprar los libros en los hipermercados, los grandes almacenes o unas superficies donde se les trata como un producto más. En los últimos tiempos, la lista sevillana de cierres se ha visto afectada, entre otras, con la librería Caótica de la calle José Gestoso y El gusanito lector, de la calle Feria. Pero los gusanos están al acecho, prestos para zamparse nuevos cadáveres, con perdón.

LAS personas con buena memoria histórica recordarán los tiempos de las inocentadas. Llegaba el 28 de diciembre y veíamos los periódicos en los quioscos con algunas noticias fake inventadas, generalmente jocosas, con las que aspiraban a sorprender la inocencia de sus lectores. Como estaban prevenidos y prevenidas, la intención de darles coba resultaba difícil. Y a veces los más incautos confundían las noticias verdaderas con las falsas. Hasta que en los años de la Transición, apareció El País y se cargaron las inocentadas, apelando a lo políticamente correcto. A cada cual se le debe dar lo suyo: Juan Luis Cebrián se cargó las inocentadas y Pedro J. Ramírez se cargó las Hojas del Lunes. Todo se hacía en nombre de la libertad y la democracia.

AL morir los escritores, las editoriales suelen tener el fino detalle de reeditar sus mejores obras. Esperemos que suceda esto con Antonio Burgos. Y no por un oportunismo fúnebre, sino porque ya no podrá aumentar una aportación tan sobresaliente para nuestra Andalucía, que debe ser bien conocida. Entre sus obras, siempre destacarán las sevillanas. Pero tampoco se deben olvidar las gaditanas. El Servicio de Publicaciones de la Universidad de Sevilla publicó en 2018, en su colección de bolsillo, un libro titulado Discursos entre Sevilla y Cádiz, de Antonio Burgos. Incluía seis textos sobre Sevilla y nueve textos sobre Cádiz, rematados con el Pregón del Carnaval de 1988. En ellos, está el espíritu del mejor Burgos. Como lo está en su libro esencial Sevilla en cien recuadros, una antología de sus artículos más populares.

LA muerte de Antonio Burgos deja un hueco imposible de llenar en Sevilla. Existe una visión de la ciudad que no se puede entender sin sus artículos memorables, que nos hicieron ver una Sevilla a su manera. Desde que le conocí, le consideré mi maestro (que no es lo mismo que ser yo su discípulo), porque lo esencial que aprendí del periodismo se lo debo a él. Y, sobre todo, dos cuestiones básicas: que lo más importante es ser fiel a uno mismo, sin dejarte avasallar por nadie; y que el compromiso es con la realidad. Para él, la actualidad era sagrada. Escribió artículos hasta que no pudo más. Su misión era esa: no romper nunca el compromiso de escribir su verdad.

PARA ser una gran ciudad, Sevilla no sólo necesita un vuelo con Nueva York y 700.00 habitantes, sino una planificación coherente del transporte urbano. Y cumplir los plazos, igual que los pecadores deben cumplir la penitencia. En esta ciudad se habla del Metro, el tranvía, los autobuses de Tussam, los trenes de Cercanías (que son nuestros Rodalies), pero no existe una visión de conjunto. Hace falta una proyección global de la ciudad y su área metropolitana, como existe en Madrid o en Barcelona. Es un problema que viene de antiguo, en el que la principal responsabilidad es del PSOE, por su mala gestión durante las cuatro décadas en la Junta, y por algunas decisiones equivocadas de Alfredo Sánchez Monteseirín y Juan Espadas cuando eran alcaldes.