SE suele considerar un gran escritor a quien ha escrito al menos una gran novela a lo largo de su vida. El mérito de Philip Roth es que fue capaz de publicar una gran novela todos los años, hasta que decidió abandonar la literatura. Así fue capaz de dejarnos como herencia mucho más que esa gran novela americana que tituló así con sorna, la que rastrean los críticos desde hace más de un siglo, la que han atribuido indiscriminadamente desde la Lolita, de Vladímir Nabokov, a Libertad, de Jonathan Franzen. Porque Philip Roth no deja una, sino al menos 15 grandes novelas americanas. Recorren un espacio personal del autor, ubicado geográficamente entre Newark, Nueva York y Connecticut, y centrado principalmente en los judíos norteamericanos, desde los que llegaron en la diáspora (como su propia familia) a las siguientes generaciones nacidas en EEUU. En esa evolución no sólo aparecen las vivencias de la comunidad judía; están comprendidos los sueños, las aspiraciones, los desengaños y las mentiras de la última mitad del siglo XX y los primeros años del siglo XXI. Roth nos muestra la fragilidad de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, la evolución hacia un teórico progreso y una mayor libertad, que encubrió demasiadas miserias y originó una doble moral.

LOS fachas y algunos anticapitalistas han puesto el grito en el cielo porque el líder de los indignados, Pablo Iglesias, y su pareja y portavoz, Irene Montero, se han comprado un chalé estupendo y les ha costado algo más de 600.000 euros. ¿Qué pasa? Van a tener gemelos, no querrán que vivan en un zulo. Deberíamos estar contentos. ¿No dice Rajoy que hemos salido de la crisis? Es verdad que todavía hay pobres y un alto índice de paro, pero aquí tenéis el ejemplo de la prosperidad nacional. Si este señor y esta señora, que ganan tres veces el salario mínimo, se pueden comprar un chalé de esas características, en una urbanización de clase media alta (antes se decía burguesa), en Galapagar, es porque el futuro se aclara.

EN Cataluña se sigue pagando un gravísimo fracaso de los partidos constitucionalistas: perder unas elecciones después de aplicar el artículo 155. Ahí estuvo la clave para cambiar el rumbo. Con un Gobierno constitucional otras políticas serían posibles. Sin embargo, con una mayoría independentista en el Parlament, vemos lo que hay. Este Quim Torras es un testaferro de Puigdemont, que ya ha anunciado sus proyectos: trabajar por la independencia. Más de lo mismo. El PP, el PSOE y Ciudadanos incluso han temido la opción de acudir a otras elecciones catalanas en julio, porque sabían que las volverían a perder. Es triste, pero es lo que hay. Mientras no cambien esa realidad funesta, Cataluña no tiene arreglo.

A pesar de algunas cortinas de humo, como la disolución de ETA (que estaba muerta y bien muerta desde 2011), en los últimos días el mundo gira en torno a los abusos sexuales y las violaciones. Y no sólo por el caso de La Manada. Ha salido en libertad el violador de La Verneda (después de cumplir 20 años de cárcel de los 167 años a los que fue condenado), a pesar de que Instituciones Penitenciarias no lo da por rehabilitado. Entonces se llega al dilema de siempre: ¿queremos unas penas duras o blandas? Sobre esto deberían reflexionar los partidos que no tienen las ideas claras. O que dicen el mismo día una cosa y su contraria.

EN enero de 2019 se cumplirán 30 años desde la refundación del PP, y algunos consideran que sería un buen momento para volver a refundarlo. En estos tiempos de la nueva política ya no se entiende aquella refundación, que contribuyó a que el centro y la derecha dejaran de perder elecciones contra Felipe González, una tras otra, y así desde 1982 a 1996. La refundación se gestó porque la Alianza Popular de Manuel Fraga ya estaba harta de perder, y porque les había salido mal el intento de rejuvenecerla con Antonio Hernández Mancha como líder. Fraga volvió a tomar las riendas, pero el que iba a mandar era un muchacho llamado José María Aznar, al que colocó como vicepresidente de su partido.