HUBO un tiempo en el que España iba bien y nadie hablaba de crisis. Casi todo el mundo cobraba más que en años anteriores, se vendían y compraban pisos con facilidad, los bancos concedían préstamos a la caza del cliente, viajaban cientos de turistas españoles a cualquier país extranjero, aumentaban las ventas de coches, subían las pensiones sin discutir un decimal, el paro bajó a niveles que hoy parecerían utópicos... Cuando España iba mejor, existía más corrupción; pero parece que nadie se daba cuenta. Ni en España, ni en Andalucía, ni en la Humanidad. Entonces no teníamos los ojos de hoy, ni habían aparecido los indignados por la ruina, ni aún gobernaba Rajoy para evitar el rescate y reformar los despidos.

ALGUNOS iluminados creyeron que el mundo entraba en los tiempos de la nueva política. Los indignados, los insumisos, los antieuropeos... El mundo se iba hacia los extremos de una nueva derecha y una nueva izquierda más radicales. Pero, en esa deriva (que supone alejarse de la moderación que se implantó después de la Segunda Guerra Mundial), el mundo ha desembocado en Trump y en Putin. Se cayó el muro de Berlín, se rompió el telón de acero. Y nos hemos encontrado con estos dos. Y con varios más parodiados este año en la chirigota del Selu en el Carnaval de Cádiz.

VAMOS camino del medio siglo de poder socialista en Andalucía. Es lo que se deduce de las últimas encuestas. Cuando la UCD de Adolfo Suárez decidió no apoyar la autonomía plena del artículo 151 se empezó a gestar el mayor éxito de la historia del PSOE. Se suele decir que Felipe González y Alfonso Guerra dudaron, antes de apoyar que Andalucía buscara un estatus semejante al de las nacionalidades históricas. Fue el entonces presidente de la Junta, Rafael Escuredo, quien de verdad luchó, junto a los andalucistas, los comunistas y los disidentes del centro que encabezaba Manuel Clavero, para que triunfara el en ese referéndum. Aquel 28-F le dio alas al PSOE.

EL hábito no hace al monje, pero le da aspecto de monje. Lo mismo digo de las monjas. Para eso inventaron los uniformes, que tienen un significado en la vida civil, militar y religiosa. Los políticos contemporáneos se disfrazan a diario. No sólo en Carnaval, como en Cádiz. Casi todos interpretan un papel, que encuentra un complemento en la estética personal. La coleta de Pablo Iglesias, la barba de Rajoy, el corte y depilación de Pedro Sánchez, o el aspecto de muchachito bueno de Albert Rivera no se deben a la casualidad. Por lo común, con la nueva política, ha vuelto la vieja: la de Suárez y Felipe, con la estética de los hombres guapos, los galanes, donde Fraga y Carrillo perdían con desventaja clara. Desde que ha vuelto la guapura, Inés Arrimadas ha subido como la espuma y Mariano Rajoy cae en picado. No es un efebo y eso también cuenta.

LA lucha entre el PP y Ciudadanos por la supremacía del centro derecha ha abierto un escenario confuso de incierto futuro. Puede derivar en elecciones anticipadas, si el enfrentamiento entre Rajoy y Rivera llega a las últimas consecuencias. En teoría, el momento es bueno para Ciudadanos y malo para el PP. Como la decisión depende del Gobierno, Rajoy intentará que las elecciones no se convoquen antes de diciembre de 2019. Pero puede haber sorpresas, según evolucione el ambiente en los próximos meses. La pugna por el centro y la derecha no es una novedad en la política española. Sin embargo, sería una simpleza y un error pensar que estamos como en los tiempos de la UCD de Suárez y la AP de Fraga.