EN aquel tiempo, cuando todavía se estaba apagando la lucecita de El Pardo, se hablaba mucho de las cuestas de enero. España era todavía la reserva espiritual de Occidente (como ahora es la reserva socialcomunista de Occidente, según los otros) y celebraban las fiestas navideñas igual que ahora, pero con más villancicos de Raphael, que ya había empezado sus giras. Cuando desaparecía el último camello de los Reyes Magos, empezaba la cuesta de enero. Es decir, subían todo: la luz, el gas, la gasolina, el agua y todos los derivados penalizados, como los transportes, los alimentos… Hasta los periódicos subían una perra gorda. Y había que pagar los gastos navideños. ¿De quién era la culpa de la cuesta de enero? Naturalmente, de Franco.

POCO a poco, Cádiz se nos está cubanizando del todo, sin que nos demos cuenta. No me refiero sólo a la cuestión política, del camarada Kichi y su compay segundo Martín Vila, que serían como los hermanos Fidel y Raúl Castro en versión gaditana, ni a las semejanzas del Paseo del Malecón con el Campo del Sur, las fotos de Kiki, las Habaneras de Antonio Burgos y Carlos Cano, y todo eso que forma parte del mito de Cádiz como La Habana. Me refiero a la falta de inversiones municipales (aunque también privadas) y al deterioro. La degradación de los edificios, las tiendas cerradas, las calles pringosas, los mobiliarios urbanos desvencijados… Todo eso nos sumerge en el túnel del tiempo.

EN este país las vacaciones de verano son sagradas. En otros países las vacaciones no se concentran en agosto. Antes de la pandemia te encontrabas grupos de turistas chinos en febrero o en octubre. “Tienen costumbres raras, como su año nuevo chino, o sus fiestas de la revolución de octubre”, nos explicaban. No es como aquí, que cristianaron los solsticios, y el año dura un año, y los santos se celebran en sus días, y la Virgen marca el puente de agosto, cuando sólo trabajan los camareros y las kellys. Y así hasta el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se fue de vacaciones a Lanzarote, y pasó de todo, y dejaron de ministro de guardia a Fernando Grande-Marlaska, que lo mismo devolvía menores a Marruecos (de donde vinieron engañados para ver a Cristiano Ronaldo en Ceuta, según dijeron entonces) que soltaba unas palabritas sobre el incendio de Ávila o cualquier desgracia que ocurriera.

VUELVO a decir que uno de los principales problemas de Cádiz, quizás el mayor, es la falta de ideas claras. En la carta o manifiesto que el alcalde de Cádiz, José María González Santos, ha enviado al ministro José Luis Escrivá le pide que vengan afganas y afganos a la ciudad, lo que es muy solidario, y también que establezca “corredores seguros” para las salidas de ese país. Si el ministro Escrivá no es capaz ni de poner en marcha el ingreso mínimo vital, no sé cómo va a establecer corredores seguros con Afganistán, que está lejos de la Caleta, pero bueno lo puede intentar, aunque los talibanes se rían. Sin embargo, lo más curioso de la carta es que Kichi dice también: “Somos una tierra castigada por el paro y el desempleo al que nos siguen sometiendo, pero al mismo tiempo somos una tierra hospitalaria, abierta, inclusiva y solidaria”.

EL 11 de septiembre de 2001 el telediario de TVE (conducido entonces por Ana Blanco, cuando gobernaba Aznar, igual que ahora con Sánchez), transmitió en directo unas imágenes horribles. Un avión había colisionado contra una de las Torres Gemelas de Nueva York. No se sabía si era un accidente. Cuando se estrelló otro avión entendimos mejor la magnitud del horror: unos atentados terroristas. Esa misma noche, el entonces presidente de los EEUU, George Bush Jr, ordenó que aviones de EEUU bombardearan Kabul, la capital de Afganistán. Ben Laden y el mulá Omar empezaron a ser personajes conocidos para todo el mundo. Eran los representantes del fundamentalismo medieval y totalitario de Al Qaeda y los talibanes.