HEMOS entrado en la Santa Cuaresma con un perceptible optimismo. Después de dos años sin pasar cofradías por la carrera oficial para cumplir su estación de penitencia a la Catedral, se espera una Semana Santa lo más parecida posible a la que conocimos. Quiero decir a la que conocimos en los últimos años, porque no habrá grandes cambios, ni mutaciones revolucionarias, ni tampoco restricciones fuertes o medidas coercitivas de ningún tipo. La mayor diferencia será el uso de mascarillas en las bullas y posiblemente en la carrera oficial. No así en los costaleros, que irán como siempre. Testados o sin testar, que no está claro. Pero sin faldones levantados, ni itinerarios por avenidas, ni paridas así.

LA Misión que ha organizado el Gran Poder ha sido algo más que santa. Es el acontecimiento masivo más importante que se ha celebrado en Sevilla desde que empezó la pandemia. Por supuesto, en todo lo vivido desde el 16 de octubre, se ha visto la mano de Dios, a su Hijo representado a través de la impactante efigie tallada por Juan de Mesa, cuyos cuatro siglos se han conmemorado. También se ha visto que Sevilla recibía ese zamarreón de emociones que necesitaba y esperaba, después de tantos meses de sufrimiento. No ha sido sólo una Misión para trasladarlo a Los Pajaritos, La Candelaria y Amate, y acogerlo en sus tres parroquias. Ha sido una Misión para toda Sevilla, desde San Lorenzo a los Tres Barrios, desde allí a la Catedral, para regresar triunfalmente a su basílica. Volvió a San Lorenzo, donde todos los caminos seguirán llevando, donde el Señor seguirá esperando.

EL año pasado escribí: “Este será el 15 de agosto más raro que hemos vivido”. No era previsible que en 2021 lo íbamos a superar en rarezas. Sin embargo, esta pandemia es una fuente de sorpresas. Llegamos al día de la Virgen con una ola de calor que llaman tropical, y con el precio de la luz por las nubes. Y sin procesión, por culpa de la pandemia interminable. Y con un arzobispo nuevo, monseñor José Ángel Saiz Meneses, que se ha estrenado presidiendo la novena, aunque todavía no ha salido en una procesión; ni parece previsible en lo que falta de año, siendo realistas. La situación anómala tiene consecuencias negativas para la devoción a la Patrona, que se había revitalizado en los últimos años con la presencia de más jóvenes y con peregrinos de las parroquias del Aljarafe.

LA Semana Santa de 2021 será recordada por las colas en las iglesias. Y también por los montajes de altares. A falta de una Semana Santa en las calles (sin pasos, costaleros, nazarenos, músicos y sin elementos definitorios que han faltado, incluso con tráfico estorbando que ha sobrado), se ha confirmado que el sustrato religioso de nuestras hermandades y cofradías es indiscutible. Los montajes ofrecen un componente artístico, pero en definitiva toda la imaginería religiosa de calidad es artística (me refiero a Martínez Montañés o Juan de Mesa, por ejemplo), y sin embargo de poco serviría cuando no predomina lo principal: la devoción religiosa, el amor a Cristo y a la Virgen.

l Esta era la noche en que se muere la nostalgia, cuando los negros nazarenos de ruán confluían por el norte, por el sur, por el este y por el oeste, siempre en dirección a la plaza

CON la primera campanada de la madrugada, Dios se asomaba a la plaza de San Lorenzo. En décadas antiguas, ya lejanas, esperaba hasta que sonara la segunda campanada, pero la evolución de la Semana Santa lo anticipó. Hoy, por culpa de la pandemia, se cumple un bienio trágico, no saldrá entre silencios para cruzar las sombras inquietas de la madrugada, permanecerá en el interior de su basílica, donde siempre lo encontramos; parecerá confinado en su altar, pero no ausente, ni siquiera indiferente. Predispuesto se quedará a recibir las visitas de quienes no lo verán en las calles, ni se encontrarán con su andar imponente e imposible, caminante de lejanos sueños, en los que avanza al compás escalofriante que le traslada hacia un calvario inalcanzable. Con su zancada se abrían en canal las horas sin tiempo hasta que llegaba el alba.