POR culpa de la pandemia del coronavirus estamos perdiendo las tradiciones y las buenas costumbres sevillanas, como vimos en Semana Santa. No me refiero a las mantillas, que se han vuelto a poner de moda, por hacer algo bonito el Jueves Santo, con los Santos Oficios restringidos y con policías locales vigilando los aforos, sino a las obras públicas. Otros años, desde el mes de febrero, o incluso desde el Quinario del Señor del Gran Poder, en los medios de comunicación locales comenzaban las advertencias: “El Ayuntamiento asegura que las obras de la calle Tal y la plaza Cual estarán a punto para Semana Santa”.

AUNQUE no lo parezca del todo, hoy es Jueves Santo. En Sevilla se ha cambiado la silla por la mantilla. Me refiero a todas las sillas: a la cofradiera de la Campana o Sierpes, y a la playera de Rota o Punta Umbría (por no decir Chipiona o Matalascañas, que es lo que siempre se dice, las playas más sevillanas no las hay, con permiso del confín perimetral). Por el contrario, han organizado una campaña para que las sevillanas vistieran la mantilla este Jueves Santo. Prenda de por sí feminista y femenina, por motivos obvios, cuya utilidad no es para salir a ver procesiones, sino para llevarla a las celebraciones eucarísticas de los santos oficios del día y para visitar los sagrarios, como se ha explicado miles de veces.

EN Sevilla gusta mucho una exposición. Y no me refiero sólo a las internacionales o universales, como la de 1929 (que transformó la zona de la Palmera y el Parque de María Luisa), o la de 1992 (que transformó la isla de la Cartuja), sino a las exposiciones de andar por casa. Por ejemplo, a las de esta Cuaresma, que permiten andar por la carrera oficial sin palcos: por la sede ampliada de la antigua Audiencia en la Fundación Cajasol, por la sede del Ayuntamiento, por la sede del Mercantil, por la sede del Labradores… Y ahí se nota la pena de no tener abierto San Hermenegildo, donde querían instalar el Museo de la Semana Santa, que ya contó con un antecedente en los Venerables del barrio de Santa Cruz.

ENTRE tanto ajetreo, todo el mundo en general habla de Pablo Iglesias e Isabel Díaz Ayuso, incluso de las bronquitas del PP sevillano y del desmantelamiento abrupto de Ciudadanos. Así ha pasado a segundo plano la operación de acoso y derribo a Susana Díaz, que mantiene y acrecienta el PSOE desde la madrileña calle Ferraz. Esta operación, sin embargo, tiene una gran repercusión para Sevilla. Ha llegado el momento Espadas, después de que María Jesús haya dado el cante con sus pajaritos en la cabeza, por aquí y por allí, porque le gusta más Madrid. No sabemos si Iván Redondo, el gurú de moda, también se ocupa de ese encargo. Pronto podría convencer a los andaluces de que Juan Espadas es tan malagueño como sevillano, y se pirra por un trono (de los que antaño veían en Semana Santa, cuando salían procesiones). Hay gente que está en un momento aparición, de gran credulidad, y se lo traga todo.

A Ciudadanos le está pasando lo mismo que al Partido Andalucista, aunque por diferentes motivos ideológicos. Unas veces pacta con el PP y otras con el PSOE. La moción de censura en Murcia ha impulsado a Isabel Díaz Ayuso a adelantarse a la jugada en Madrid, y se ha abierto la caja de los truenos. Al PA le costó mucho trabajo explicar sus pactos, que aceleraron dos o tres travesías del desierto, hasta que se hundieron del todo en las arenas movedizas. Ciudadanos era un partido de la nueva política, ¿se acuerdan?, que se hace vieja. Actualmente sufre una crisis de identidad pavorosa. Por el camino que van les pasará lo mismo que al PA, antes o después; probablemente antes que después.