SIN darnos cuenta, estamos cambiando nuestros usos y costumbres. Las autoridades inventan medidas supuestamente avaladas por expertos en pandemias (¿pero existen?), aunque algunas tropiezan con el sentido común. Y después de que Fernando Simón habló de la inmunidad del rebaño, y de padecer un ministro de Sanidad como Salvador Illa, todo es posible en Sevilla. En el resto de España también. La gente se ha adaptado a las circunstancias del nuevo yo, como volvería a decirnos don José Ortega y Gasset, si pudiera escribir sobre los andaluces y otros asuntos filosóficos que estudió Illa en su carrera. Un ejemplo: la gente se ha acostumbrado a un toque de queda que no toca nadie.

ENTRE las medidas más discutidas y discutibles para frenar la pandemia están los aforos. En la práctica habitual se han convertido en un comecocos, y han degenerado ante la pasividad de las autoridades. De nada sirve que Juanma Moreno y Juan Marín eleven o disminuyan los aforos si después la gente se comporta de cualquier manera. De modo que lo esencial (en este caso, como en otros) no es sólo la fría cifra del 30% o del 50%, ni que se reúnan en una mesa seis o cuatro personas, sino qué hacen, a qué dedican el tiempo libre. Y ahí es dónde están fallando estrepitosamente, porque han bajado la guardia y no se vigila como en la reapertura de mayo y junio.

DISCUTIR sobre lo ya discutido, aunque sea indiscutible. Esta es la premisa básica para cargarse los proyectos. El alcalde de Sevilla, Juan Espadas, insiste ahora en que no ha planteado la sustitución de las líneas 2, 3 y 4 del Metro por tranvías. Aunque esa propuesta es una de las que aparecen (entre otras) en el Plan de Movilidad Urbana Sostenible para 2030. El alcalde insiste en que la pelota del Metro está en el tejado de la Junta de Andalucía. Pero plantear siquiera esa posibilidad en el documento de trabajo ya es un mal indicio. Sobre todo si tenemos en cuenta otras propuestas suyas anteriores, como llevar el tranvía de Santa Justa hasta el centro por un recorrido semejante al previsto en la línea 2 del Metro. Espadas tiene una pasión por el tranvía que no es capaz de disimular. Ese planteamiento alternativo, de por sí, es un peligro. Puede llevar a otro parón al Metro.

EL toque de queda (que nadie toca) nos deja silencios profundos, sin ecos, como de siglos antiguos. En la noche triste en que no hubo cabalgatas, cercana ya la madrugada que el tópico llama de la ilusión, cuando los Reyes Magos empezaban sus labores, las calles de Nervión y sus aledaños se estremecieron con un ulular descontrolado de sirenas y alarmas, con el mal presagio de que algún siniestro grave ocurría cuando menos se esperaba. Pronto se supo el motivo: un incendio muy peligroso en la residencia de mayores DomusVi-Adorea, de Santa Justa. La desgracia regresaba al mismo lugar que fue noticia en los medios de comunicación durante la primera ola de la pandemia por las 16 muertes que sufrió.

A lo largo del tiempo hubo momentos mejores y peores. Días en los que el sol se levantaba como un mensajero de esperanza, expulsando nubes que se desvanecían. Días en los que la vida se tornaba aciaga y no quedaban hitos para caminar en un sendero de atropellos. A lo largo del tiempo se crean complicidades inútiles. Hay confusiones y torpezas. Hay aciertos que nadie presagia. Hay que asomarse al precipicio para ver que los cuervos sólo son sombras del paraíso donde se acumula el festín de la carroña. O que esas sombras tapan la realidad y se burlan de tu esfuerzo.