EL turismo está de capa caída y apretándose el cinturón de esparto, ya se sabe, pero algún día volverá por sus fueros. Con permiso de los confinamientos. Pero el turismo se debe preparar y diversificarse, especialmente si nos espera una Semana Santa sin procesiones y una Feria sin casetas. Antes de la pandemia, en algunos países con mejores datos que España, estaban promocionando el llamado Dark Tourist, sobre el que se ocupó The New York Times (la biblia de las tendencias viajeras). Ese turismo de la oscuridad se basa en los horrores y la repelencia, sobre la base de un lema que nos suena a algo: “Cuanto peor, mejor”.

EN los bares sevillanos no se hablaba ayer de otra cosa. El bar ya no es lo que era antes del coronavirus. El bar está deslucido. En el bar la gente ya no desayuna manchando el periódico de aceite o mantequilla, mientras habla a gritos al fulano de al lado, comentando el partido de ayer. En el bar, con un poco de suerte, te sientan en la terraza a dos metros de la mesa vecina, donde puede haber alguien que mueva el sillón (como si fuera Pablo Iglesias) para complicar las cosas y entrar en la zona de alto riesgo. En el bar es raro que un camarero no sufra una desgracia. Ha pasado hasta en los restaurantes de tres estrellas Michelín, hasta a los hermanos Roca, o Ángel León, en su Aponiente, de El Puerto. Pues en el bar, a pesar de todos los pesares y los quitapesares, el VAR es el protagonista. Es un gran invento, que ayuda para mantener a la gente distraída y que no se acuerden de que va en aumento el número de muertos.

EL antiguo mercado de la Puerta de la Carne, como las Atarazanas y tantos otros, forma parte del Catálogo de Edificios Sevillanos de Imposible Solución. Los proyectos para reformarlo hunden sus orígenes en el siglo pasado. Es superfluo recordar esas historias, esas presentaciones en las que los últimos alcaldes de Sevilla se han columpiado. Se podría grabar un video de humor cáustico con las promesas realizadas y las maravillosas reconversiones del edificio que jamás se han visto, ni se verán. En la última participó el actual alcalde, Juan Espadas. Después los ecologistas montaron un show, porque se iban a cepillar las melias existentes en la plazuela anexa. Ahora el Ayuntamiento ha iniciado la rescisión del contrato, de mutuo acuerdo con la empresa concesionaria. Con lo cual se volverá a lo mismo de antes: a nada.

DESDE hace mucho tiempo, quizá desde Velázquez, quedarse a vivir en Sevilla se ha presentado como un sacrificio. “Fulano se pudo ir a Madrid, y hubiera triunfado allí, porque era un gran profesional, o un gran artista, pero prefirió quedarse en Sevilla”, se oye a veces. Y esto se valora como una desgracia, como una decisión valiente para no perder de vista a la ciudad amada, sí, pero a costa de frenar la carrera profesional o renunciar a otros éxitos. Sin embargo, en algunas ocasiones, no se puede interpretar como un sacrificio del cordero degollado profesionalmente, sino tan sólo como un gesto de amor a Sevilla, y puede que a los sevillanos y sevillanas, que son sus habitantes. Es lo que ha ocurrido con el arzobispo, Juan José Asenjo.

PARTIMOS de una base científica: los llamados científicos, al principio de la pandemia, no tenían ni idea del Covid 19. Recordemos que a principios de marzo de este año (hace apenas seis meses), cuando preparaban las manifestaciones del 8-M y el mitin de Vox en Vistalegre, la OMS decía que no existía una pandemia en el mundo. Y que cuando descubrieron que sí, pocos días después, y ya había empezado el estado de alarma en España, afirmaron que las mascarillas eran innecesarias. Ustedes pensarán que la OMS tiene poco de científica, y es verdad, son burócratas bien pagados que se enteran tarde. Pero también es cierto que los científicos aún no han conseguido una vacuna de confianza. Y lo que es peor: tampoco un tratamiento eficaz para curar a los enfermos. Hay varias opciones, que prueban según los casos.