LA actual ciudad de Cádiz no existiría sin los militares españoles. Esto se entendió en 1596, cuando el asalto de los ingleses y holandeses, comandados por el conde de Essex y el almirante Howard, que saquearon la ciudad, incendiaron edificios y secuestraron a personalidades. Entonces quedó aún más claro que Cádiz debía ser una gran fortaleza, custodiada por murallas, baluartes y castillos, y defendida por una amplia guarnición militar por Tierra y Mar. Gracias a esa defensa, las Cortes se pudieron refugiar en Cádiz para sus reuniones constitucionales; y fue el bastión contra la invasión francesa en la Guerra de la Independencia, cuando las gaditanas se hacían tirabuzones.
CUENTAN las leyendas, y así lo he referido en varias ocasiones, que Fermín Salvochea se bañaba en la Caleta todos los días, incluso en invierno. Siempre que no estuviera en la cárcel o fugado, se entiende. Con esa prodigiosa actitud se le debería nombrar patrono (laico, por supuesto) del turismo de invierno. Si todos fueran como él, no cerrarían los hoteles del Novo Sacti Petri a principios de noviembre y mejoraría el paro estacional. Salvochea es un personaje interesante, y aunque adquirió fama por motivos políticos, fue también un higienista. Al bañarse todos los días, le hizo un gran favor a la causa anticapitalista. Demostró que no todos son unos perroflautas y unos puercos, como sostienen los más fachas, algunos de los cuales tampoco se bañan a diario.
ESTE hotel del Tiempo Libre, que hoy se rebautiza del Tiempo Perdido, es un clásico gaditano. Es compañero de promoción del Hospital de Puntales y la Ciudad de la Justicia. Pertenecen a la herencia de los proyectos incumplidos de la Junta de Andalucía en Cádiz que colean desde los tiempos de Manuel Chaves. Pero el Hotel del Tiempo Perdido tiene peculiaridades. Fue cerrado por un presunto brote de legionella el 14 de noviembre de 2007. El próximo miércoles cumplirá 11 años de total abandono. No se sabe cuántos años más pasarán hasta que el primer turista haga el check inn en la recepción del nuevo hotel, en el día jubiloso de su inauguración.
UN gran día para el Ayuntamiento de Cádiz, sí. Ni los más memoriosos del lugar recuerdan algo parecido. Se hermanaban las ciudades de Cádiz y Quito. Al acto acudió Mauricio Esteban Rodas, alcalde de la capital ecuatoriana. Por parte gaditana, estaba el alcalde, José María González, así como los portavoces de PP, Juan José Ortiz; PSOE, Francisco González; y Ciudadanos, Juan Manuel Pérez Dorao. También estaba David Navarro, en representación de Podemos. Todos ellos vistiendo chaquetas, corbatas, y sin vaqueros. Todo en un plan muy protocolario. De ahí que utilice sus nombres oficiales, nada de Kichi, Juancho, Fran y Juanma, como se les llama en familia. Un día feliz, que marcará un antes y un después.
ENTIENDO que este es un asunto de altísima sensibilidad, pero tampoco hay que escurrir el bulto. En el cementerio gaditano de San José siguen los trámites de personas que buscan a bebés presuntamente robados, o de familiares de víctimas de la guerra civil de 1936. Son gestiones que están justificadas, no sólo por la Memoria Histórica y por los casos de SOS Bebés Robados, sino por la dignidad de esas familias. Sin embargo, la lentitud burocrática, y los trámites necesarios, originan la contrapartida de que el cementerio se ha convertido en un espacio absolutamente estéril para la ciudad de Cádiz. Un lugar desperdiciado junto al Paseo Marítimo, que además no tendrá solución de aquí a un siglo. Y no lo digo por exageración, sino porque es la realidad.