SE le debería hablar claro a la gente: es muy difícil que el Carnaval de Cádiz entre a formar parte del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. ¡Ojo! No digo que sea imposible. Pero es muy difícil, ¿lo entienden? Por eso, no deberían crear falsas ilusiones antes de tiempo. Tampoco hace falta que ahora, al olor de la tostá, digan digo donde dijeron diego. Tampoco propaguen que resultaría muy negativo para el Carnaval y para Cádiz formar parte del listado de la Unesco, a fin de justificar que no entre. El Patrimonio de la Humanidad puede masificar el turismo, pero el Carnaval de Cádiz ya está suficientemente promocionado, y es muy conocido. No le va la vida en ello, ni tiene nada que ver con el silbo de la isla de la Gomera.

SER rociero en Cádiz capital tiene un valor especial. Desde el Rocío de 2016 tiene más mérito todavía, porque el actual equipo de gobierno de José María González los menosprecia. Puede que sea por ignorancia de lo que realmente supoone esta celebración. O por revanchismo, debido a que la anterior alcaldesa, Teófila Martínez, los recibía y trataba con afecto, además de acudir en no pocas ocasiones a la aldea para participar en la presentación de la Hermandad de Cádiz. En eso, como en todo, siempre debe predominar lo institucional. Aunque Cádiz sea una ciudad libre de mulas y de bueyes, en el resto de Andalucía existen otros criterios.

HABLAR de más de 1.000 pisos a construir en el Puerto de Cádiz es absurdo. Supone tomarse en serio las ocurrencias. Este es uno de los mayores problemas de Cádiz en los últimos años. Vienen unos señores políticos como Manuel Chaves, y dicen que van a construir en Cádiz un nuevo hospital en Puntales y una Ciudad de la Justicia en San Severiano. Y los tomaron en serio. Ahora piden que sirvan para aparcar gratis. Proyectos como esos, o como la plaza de toros multiusos en la Zona Franca de la que habló Teófila Martínez, o la propia recuperación de los Depósitos de Tabacalera como un gran centro cultural del arte contemporáneo… Pasado el tiempo, se quedaron en el limbo. Las propuestas presentadas por el Puerto de Cádiz pueden ir por el mismo camino.

VOLVER al Oratorio de San Felipe Neri es como entrar en el túnel del tiempo. Se le recuerda por aquellas Cortes de Cádiz que aprobaron la Constitución de 1812. Pero yo lo recuerdo como la iglesia del antiguo colegio de San Felipe Neri, los niños en las misas, la Inmaculada de Murillo presidiendo el altar, el humo de los incensarios de los monaguillos, el Pan y el Vino, el padre Vicente confesando, el padre José Antonio riñendo a los fieles, la infancia escapada entre los vericuetos del sueño. Y después, como si saliéramos de un túnel, los actos solemnes de 2012, la conmemoración del Bicentenario, el Rey Juan Carlos, el entonces Príncipe Felipe, los fastos y celebraciones… El tiempo en el que la ciudad recreaba un tiempo, cuando creyó en ella misma. A ese escenario fue ayer Rajoy, en la clausura del 150 aniversario del Diario.

TODOS los partidos han condenado las pintadas en la casa de Ignacio Romaní, concejal del PP en Cádiz. Sin embargo, no estamos ante una golfada de especial gravedad, sino ante un episodio más de lo que ocurre en Cádiz de vez en cuando. No es el primer político, ni el primer militante, ni siquiera el primer periodista, ni cualquiera al que insultan o amenazan algunos asilvestrados que  no comparten sus ideas. El problema no está en la pintura, sino en el cerebro del pintor. Y en la hipocresía que circula por esta ciudad, donde se habla mucho de liberalismo y se practica poco. Pues ser liberal, en primer lugar, obliga a respetar a los demás, empezando por quienes piensan diferente.