RESULTA curiosa la polémica que se ha organizado en Cádiz, desde hace unos meses, por la supuesta torre mirador del siglo XXI, que la Comisión del Patrimonio ha autorizado en la calle Manuel Rancés, 23. La obra es discutible, como lo es su carácter histórico de torre mirador propiamente. Comprendo que los vecinos de los alrededores denuncien el proceso, y que en Cultura se justifiquen. Pero el problema principal no es ese, sino que decenas de torres miradores de Cádiz (incluso algunas de las más distinguidas) amenazan ruina. Es altamente probable que alrededor de 30 (con más interés arquitectónico que la de Manuel Rancés, 23) se pierdan en el plazo de un par de décadas. No se está haciendo nada por evitarlo.

AYER y hoy, en el mismo lugar que ocupó el antiguo Cortijo de los Rosales en el Parque Genovés, se ha organizado un homenaje convocado por la Asociación Grupo Gaditano Mujer de Mantilla, con proyección de videos y descubrimiento de un monolito. También la Asociación de los Reyes Magos de Cádiz, que preside Antonio Téllez, organizó el pasado 28 de julio la denominada Gran Fiesta del Verano, que fue dedicada a Antonio Martín de Mora y el Cortijo de los Rosales. Aparte de los fines benéficos, estas citas recuerdan una ausencia que no se ha cubierto, ni se ha reconocido. Martín de Mora era un empresario de espectáculos atípico, con un perfil que ya no existe en Cádiz. Ejerció una labor inolvidable en el panorama musical. Por ello, a muchas entidades y personas les sorprende y duele que el Ayuntamiento no le haya dedicado una calle en la ciudad.

LAS dificultades de tráfico existentes en Cádiz fomentan un problema derivado: el aparcamiento. En verano, cuando la ciudad está más poblada, por la llegada de turistas, veraneantes e hijos pródigos emigrados, este asunto es más delicado, si cabe. Ya que la población añadida suele venir con automóviles, y no es asunto que se solucione con el uso del transporte público para ir de Cádiz Norte a Cádiz Sur y viceversa. A ese problema se añade que los parkings subterráneos de Cádiz son malos y caros, salvo limitadas excepciones. Además de que el gaditano y la gaditana no tienen asumido el pago de ciertas cantidades abusivas por aparcar.

SE están cargando nuestras costumbres, el rico folklore plurinacional, y convierten en un dogma laico cualquier idea que se les ocurre. La libertad no era eso: prohibir todo lo que no les gusta. Y los demás que se fastidien. Se imitan unos ayuntamientos a otros y se quedan tan panchos. En San Fernando, Patricia Cavada también ha prohibido los circos con animales. Ahora tienen una competencia entre los municipios de la Bahía, a ver quién es más animalista. Los de Podemos e IU (que estarán despistados intentando justificar al injustificable Maduro), no se han dado cuenta de que el animalismo también es de origen cristiano, como casi todo, porque en el portal de Belén ya hubo una mula y un buey. Los Reyes Magos viajaron en camellos, que también se han prohibido.

A lo largo del siglo XXI, Cádiz ha perdido muchos eventos del verano. A pesar de que han transcurrido menos de dos décadas. En otros tiempos, se informaba de los objetos perdidos, que iban a parar a un depósito municipal. Sin embargo, eso ya no le interesa a nadie. Tampoco se habla de las fiestas perdidas del verano, que van cayendo con sencillez. ¿Y a quién le importan? La buena gente ni se acuerda, y eso que se han ahorrado.

Se perdió la Velada de los Ángeles, todavía en tiempos del PP, que era una fiesta de principios de agosto, tradicional y con historia. Aunque derivó en guadianesca: aparecía y desaparecía, según los años y las quejas vecinales. Hasta que murió en el intento y nunca más se supo, ni los nuevos dijeron nada de rescatarla, con lo gaditana que fue en tiempos de nuestros bisabuelos.