NOVIEMBRE es el mes de los difuntos y afrontamos una racha muy mala. Por el maldito coronavirus y por otras enfermedades. Porque la gente está fastidiada, en lo físico y en lo psíquico. El miércoles falleció Theo Vargas, que superó el coronavirus después de más de un mes en la UCI, y que había salido a los sones del pasodoble de Manolo Santander, con el que ya se habrá encontrado en el otro barrio, donde San Pedro le habrá abierto la puerta con una bufanda amarilla y azul, como la que le pusieron en los memes a Benedicto XVI, que por Roma sigue. La muerte de Theo ha sido prematura y muy triste, por las circunstancias generales y personales. Con él se va un tiempo del Cádiz, que no fue el mejor, sino el peor: los años del pozo más profundo.

LOS días siempre transcurren entre la vida y la muerte, unos días más que otros. No lo queremos ver, cerramos los ojos, pensamos que es para otros, incluso que es cosa de viejos. A veces leemos noticias en el Diario que llaman la atención y rompen el anonimato de los muertos, ocultos tras las frialdad de las cifras: 421, 15… ¿Pero quiénes son? A algunos les ha sorprendido que la pasada semana falleciera el capellán del Hospital Puerta del Mar, el padre José Díaz. Quizá les pareciera que sólo pueden morir los médicos y los profesionales sanitarios en el cumplimiento de su misión. Quizá no entienden que un capellán se arriesgue.

LOS controles de tráfico establecidos en Cádiz durante el arranque para el cumplimiento de las medidas del Covid 19 no han tenido el mismo tratamiento que en otras capitales andaluzas. Cualquiera que los viera y los padeciera pensaría que la ciudad sufre lo peor de lo peor, cuando no es así, sino más bien al contrario. Dentro de lo malo, sigue entre lo menos malo de Andalucía. Cádiz no está como Granada, ni como Sevilla, ni como Jaén, ni siquiera como Jerez en la provincia. No se puede bajar la guardia, pero no hay que subirla a tan alto nivel que se asfixie aún más la tambaleante economía y la movilidad gaditana. Porque un atasco desde el Hospital Puerta del Mar hasta la entrada de Cortadura hace perder el tiempo a cientos de personas, la mayoría con motivos justificados para moverse a esas horas.

LOS horarios que ha aprobado la Junta de Andalucía son un quiero y no puedo. En realidad, lo que pedía el cuerpo presente de los hospitales a Juanma Moreno y a su lugarteniente ciudadano, Juan Marín, era cerrar los bares y las tiendas todo el día, como en Granada, que es la única forma de evitar que la gente siga en la calle. Pero, como las protestas iban a ser morrocotudas, no se han atrevido y se han quedado a medias. Cierre a las seis de la tarde y toque de queda a las diez de la noche. Es una incoherencia manifiesta. Para colmo, el domingo dijeron una cosa y el lunes la contraria sobre la discutible esencialidad de algunos negocios. En Cádiz el asunto es grave, porque esos horarios van contra la natura gaditana, que se resume muy sencillamente: cuanto más tarde, mejor.

EL equipo de gobierno municipal del alcalde Kichi está muy satisfecho por el avance de las obras en el Palacio de Recaño, para convertirlo en el Museo del Carnaval. Esta vez va en serio. Ya he comentado que en Cádiz no podemos creernos ninguna obra pública mientras no se vea un albañil. En el Palacio de Recaño se ve incluso maquinaria pesada, con los trabajos que realiza la empresa Bauen. Esas obras confirman el peso específico que tiene el Carnaval en Cádiz. Está bien, pero no se puede utilizar como excusa para anular otros proyectos importantes, que eran compatibles y que podrían dar prestigio, atraer a expertos y profesionales, y ayudar a que Cádiz salga de la mediocridad cuasi pueblerina en la que se puede quedar si no se remedia.