TAMBIÉN esto pasará. Sólo faltan dos días para las elecciones autonómicas de Madrid. Sí, autonómicas, aunque parece que el futuro de España y la Humanidad dependen de lo que decidan los madrileños y las madrileñas el 4 de mayo. En Madrid viven ciudadanos (y no son pocos) firmemente convencidos de que toda España es como Madrid. Aunque hay otras comunidades autónomas, en total son 17; y algunas, como Andalucía, tienen más habitantes y más provincias. No se ha demostrado todavía por qué Madrid necesita ser autónoma de Madrid, quizá les bastaría con una Diputación Provincial. Pero ahí los tienen: abriendo todos los telediarios de las Españas con sus ocurrencias.

ALGUNAS profecías son fáciles de acertar. Por ejemplo, en enero de 2020, cuando suprimieron el peaje de la autopista AP 4 Sevilla-Cádiz, después de varias campañas populistas del PSOE y el PP, yo escribí que era una medida reversible. Es decir, que no pasarían muchos años, puede que sólo dos o tres, hasta que volvieran a implantar el peaje. Ya por entonces Bruselas advertía a España sobre este asunto. Sin embargo, José Luis Ábalos (el mismo ministro que ahora los defiende), acudió al control de Las Cabezas para hacerse una foto y elogiar el rescate. Nuestro país, tan rumboso para el gasto público, es el que obtiene menos ingresos por peajes en la Europa occidental. En 2019, el Estado afrontó un déficit de 7.500 millones en la conservación de las carreteras. Dinero que se podría destinar a las pensiones, o al ingreso mínimo vital, como dirían ellos, mientras los ricos pagan los peajes.

EN este país, los partidos un año dicen digo y al siguiente dicen Diego. Y los que decían Diego dicen digo y los que dijeron digo ahora dicen Diego. Hasta en el BOE lo pusieron, de tan enviciados como están. Se ha visto, una vez más, con el estado de alarma. Cuando lo prorrogaron la última vez, el PP de Pablo Casado votó en contra, y ofreció otras opciones, mientras el PSOE de Pedro Sánchez, con sus socios podemitas de Pablo Iglesias, advertían que era imprescindible para adoptar medidas en la cogobernanza con las autonomías. Y al final se hablaba de Frankenstein, las cacerolas y todo aquello que ambientaba el cotarro.

LA Semana Santa ha servido para demostrar que la gente está harta de la pandemia del Covid 19. Y también para confirmar que los políticos de todos los colores han perdido mucha credibilidad. Estamos en una anarquía relativamente controlada, en la que respetan unas normas sí y otras no. Probablemente, sólo las de sentido más común. Pero será muy difícil que los andaluces (y gran parte de los españoles) se queden recluidos voluntariamente en sus casas, tras la llegada del buen tiempo y el adelanto de la hora. Ni Pedro Sánchez, ni Juanma Moreno le pueden pedir a la gente que se esté quieta, mientras se monta la trifulca de Astra Zéneca, con tantas dudas, y van dando palos de ciego con las vacunaciones.

COMIENZA una Semana Santa la mar de rara. En otros tiempos, cuando los virus circulaban sin corona y sin mascarillas, se estableció una distinción entre las procesiones y las playas. Unos iban a ver procesiones y otros a las playas. Excepto en las ciudades marítimas, como Cádiz, Málaga, o Huelva, donde era posible ir a la playa por las mañanas y a las procesiones por las tardes. En Sevilla o en Córdoba se quedaban o se iban. Todo eso ya resulta anecdótico, porque se ha perdido la libertad de elección. Volverán las saetas carceleras. La suerte de la europea la andaluza la desea. A eso llama María Jesús Montero reciprocidad: a que la andaluza y el andaluz parece que no son de Europa. Y así la andaluza no puede hacer lo mismo que la alemana, ni la francesa, chúpate esa.