AL llegar Halloween, la Fiesta de Todos los Santos y el día de los Fieles Difuntos, estamos abrumados por un sinfín de noticias terroríficas. Memento mori, no lo olviden. El mundo ya no es lo que era antes de la pandemia del Covid 19. Sin embargo, España parece Jauja. Aquí el Gobierno y la gente confían en un Estado omnipotente que no existe. Un Estado que resuelva todos los problemas de los ciudadanos, gracias a un Gobierno dividido, ahora entre los de Pedro y los de Yolanda. La realidad es diferente. Estamos ante el récord de inflación de los últimos 30 años, una crisis energética, una falta de mercancías, un mercado laboral ajeno a las necesidades, unas pensiones y subsidios insostenibles con el sistema actual. Tenemos hasta un volcán en la isla de La Palma. Pero en la calle no es obligatoria la mascarilla y dicen que el país va de maravilla.

AL cumplirse los 10 años del fin del terrorismo de ETA se ha comprobado que este país maltrata su memoria democrática. Y que sufrimos una política tan cutre que raya en la necedad, como se ha visto con Otegi. La estrategia para conseguir la liberación de los terroristas presos a cambio de los votos de los Presupuestos del Estado era torpísima. Y ha dejado a Pedro Sánchez con sus vergüenzas al aire. Una vez más, se ha confirmado que es un pésimo estadista y que no sabe poner las líneas rojas en su sitio. Por ejemplo, para no pactar jamás con los herederos políticos de ETA, que ya no matan, pero justificaban lo injustificable y se arrepienten de mentirijillas. Y lo peor es que ocultan lo más obvio: ETA renunció a los crímenes porque estaba acorralada. El terrorismo ya no le servía para sus fines. Su único futuro era la cárcel.

A pesar de lo que digan en el Congreso del PSOE, de cara a la galería y con brindis al sol, después está la realidad del día a día. Ir partido a partido, que dijo Simeone. O ir elecciones a elecciones, que dirían ellos. Y es evidente que el PSOE, el partido con más historia de los que todavía quedan, se encuentra en una encrucijada, en un tiempo diferente, que le obliga a una mayor imaginación si quiere seguir en el poder. Hasta ahora Pedro Sánchez sólo se ha movido en un corto plazo, con el objetivo de llegar a la Moncloa y mantenerse después. Ese trayecto se le complicó, porque se encontró con una pandemia inesperada, que gestionó mal al principio; y que mejoró cuando dejó de gestionarla su Gobierno y le traspasó la cogobernanza a las autonomías, que se han encargado de vacunar y recuperar la normalidad. Está bastante tocado, pero no hundido. La oposición no ha rematado la faena.

EL presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha aceptado el reto de ser tan populista o más que la vicepresidenta Yolanda Díaz. A la vista de lo bien que funciona esta señora en las encuestas del CIS, con medidas de “aquí invito yo”, ha decidido subirse al carro. Entre los dos están empeñados en un objetivo evidente: conseguir el voto joven para ganar las próximas elecciones. Mientras Pablo Casado y los del PP organizan cónclaves para decir que están muy unidos, los otros son más prácticos. Se han enterado de lo que sucedió en Alemania, donde los jóvenes que votaban por vez primera optaron por Los Verdes, seguidos por los liberales del FDP, y le dieron la espalda al bipartidismo tradicional. Así que van a por ellos.

NUESTROS políticos han prestado poca atención a las elecciones de Alemania, quizá porque no las pueden aprovechar a su favor. O porque dejan un escenario que recuerda al nuestro y no les gusta: la fragmentación del voto y el riesgo de la ingobernabilidad al no existir un liderazgo fuerte. Angela Merkel ha gobernado con una gran coalición de la CDU y el SPD, que sólo podía presidir ella. Era una líder fuerte, capaz de lograr un pacto entre dos partidos antagónicos, que se turnaban en el poder tras la II Guerra Mundial. Es como si en España un líder del PP hubiera sido capaz de gobernar con el PSOE, ofreciéndole ministerios importantes. Algo que parece imposible.