EL barrio de Santa María es hoy el barrio de la Merced. Puede que este barrio sea uno, pero no se entiende sin el otro, del que forma parte. La Merced es una de las tres torres de Santa María. La Merced es el ejemplo de lo que fue, pero ya no es como antes. Se perdió el antiguo mercado del Piojito. Se perdieron las obras de arte de la antigua iglesia, que fue devorada y completamente consumida en su interior por el fuego del odio. Se perdió la leyenda de los cantaores del barrio. Pero el espíritu de la Merced eterna renace cada Miércoles Santo, cuando el Señor de la Sentencia sale del templo, baja la cuesta y entra en la plaza de las Canastas.

ENTRE todos los versos que José María Pemán dedicó a la Semana Santa gaditana hay algunos que pueden recitarse como una oración: “Alma, como un ruiseñor, haz en esta cruz tu nido y canta con mucho amor: la Piedad ha florecido en el leño del dolor”. La Cantiga al Cristo de la Piedad se puede admirar como un poema clásico, tal vez una herencia literaria del misticismo del siglo XVI, aunque mucho más tardía; pero es ante todo una oración, dedicada a una de las principales devociones de Cádiz. Entre quienes defendemos la Semana Santa de los sentimientos y la fe (que sin ellos se quedaría en un simple espectáculo) este Crucificado de la iglesia de Santiago siempre marcará las huellas de la ciudad ilustrada que perdimos.

DOS de los barrios más carnavaleros de Cádiz se asoman el Lunes Santo a las calles para reencontrarse con sus cofradías. El arraigo de la Semana Santa en el pueblo queda de manifiesto en momentos como los que hoy se vivirán. Se ha dicho que la Pasión es mejor entendida por quienes más sufren. En el Cristo de la Misericordia y en la Virgen de las Penas se reconocen los viñeros que padecen el paro, las dificultades, y quizás otros problemas más personales, la incomprensión, la separación, la soledad, el mal trato… Como sólo ellos y ellas lo saben, a veces se replica a las Penas de esa Virgen con la alegría de venerarla como Madre, y buscan la Misericordia del Crucificado. La calle de la Palma es un maremoto interior, que se agita en la tarde del Lunes Santo, cuando la saeta toma el relevo de los pasodobles.

HOY vuelve a ser Domingo de Ramos. En los templos serán bendecidos ramos y palmas. En las calles y plazas todo está dispuesto para una nueva Semana Santa. Hay estrenos, como mandan los viejos cánones. En Cádiz hasta se estrena una carrera oficial; y es posible que el próximo año la vuelvan a cambiar. Habrá cambios de itinerarios. Habrá cambios en algunas bandas de música, en algún capataz, en muchos cargadores. Habrá niños que saldrán por vez primera, con una túnica de penitente o de monaguillos. Habrá hombres y mujeres que rezarán en una penitencia. O que ni siquiera podrán acompañar a sus imágenes queridas porque ya no están. Habrá instantes en que el Domingo de Ramos se acompasará en el recuerdo con la nostalgia de los que perdimos.

HAY gente para todo, incluso para despotricar de las cofradías, o ir a la playa en Semana Santa. Esto lo he vivido siempre. En Sevilla, precisamente, muchos me decían: “Estoy deseando que lleguen las vacaciones de Semana Santa para ir a la playa”. Y los hoteles de la costa (como los de lujo del Novo Sancti Petri, que cerraron deprisa y corriendo en noviembre) abren a pesar de los temporales. Yo he visto las playas llenas en Semana Santa. Yo he visto una foto de portada del Diario, que hizo Julio González, donde aparecía el Despojado con la playa de Santa María del Mar detrás, en pleno apogeo un Domingo de Ramos. Pero a mí la playa, en Semana Santa, me parece de otra galaxia. Es una tentación que se resiste fácilmente, en cuanto se ve un capirote.