REPETIR una mentira mil veces no la convierte en verdad, aunque lo dijera Goebbels. Es falso que la Ley de Memoria Histórica obligue a cambiar el nombre del estadio y no se pueda llamar Nuevo Estadio Carranza, como quieren la mayoría de los cadistas. Si fuera un recinto privado se podría denominar así. Actualmente está cedido al Cádiz CF, por cierto. Pero el Ayuntamiento no necesita ninguna Ley de Memoria Histórica, ni crear ninguna comisión de títeres manejados por Kichi, ni inventar excusas para cambiar el nombre al estadio, a los teatros y a todas las calles de Cádiz. Sean franquistas, comunistas o artistas. Es competencia municipal, siempre que tenga mayoría. Así que los podrían denominar Estadio Che Guevara y Teatro Nicolás Maduro.

LA imagen internacional de España ha caído por los suelos con los rebrotes de Cataluña, Aragón y Navarra, pero Cádiz y sus costas son diferentes. Los ingleses, que han boicoteado el turismo con la cuarentena, se deberían poner de acuerdo entre ellos mismos. Por un lado, recomiendan no viajar. Por otro, elogian a las playas de Cádiz como buen ejemplo. La cadena Sky News elogió las distancias en la playa de Regla, de Chipiona, con unas imágenes que han dado la vuelta al mundo. Antes de eso, el prestigioso diario británico The Telegraph publicó un reportaje en el que proponían a los intrépidos turistas británicos que se arriesguen a viajar a España dónde deben ir y dónde no.

SI Charles Baudelaire hubiera sido gaditano, a lo mejor hubiera escrito el repertorio de una comparsa. Era un genial poeta, con ese malditismo de enfant terrible que caracterizaba a ciertos literatos del siglo XIX. Pero hoy no me fijo en él por su aportación literaria, sino porque publicó unos ensayos titulados Los paraísos artificiales, que le vienen como anillo al dedo del Cádiz de hoy. Los dividió en dos partes: El poema del hachís y Un comedor de opio. Baudelaire era de esos que vivía en las fantasías por encima de la realidad. Pero en la búsqueda de paraísos artificiales, tenemos en Cádiz a unos discípulos de lujo. Y no me refiero a los que fuman canutos, sino a los que se apartan de la realidad para vivir en una alucinación permanente.

LAS playas son el principal aliciente de Cádiz en verano. En estas circunstancias de la nueva anormalidad, el pueblo se ha adaptado mejor que sus autoridades. ¿Quién nos iba a decir que iríamos a las playas con mascarillas, desde las escalerillas hasta las sombrillas, y paseando por las orillas? Cuando Pedro Sánchez decía que bastaba con lavarse las manos, nadie lo hubiera imaginado. Ahora se ríen de Donald Trump, porque también ha tragado con las mascarillas y afirma que es “patriótico” usarlas, después de que no se las ponía ni cuando visitó una fábrica de mascarillas. Pero no olviden que el doctor Simón, eminencia de las pandemias (ahí sigue el tío, de surfero con la segunda ola), también dijo que no hacían falta, antes de que él mismo enfermara con el coronavirus. Pero se trataba de las playas.

LA gestión del coronavirus en España sigue teniendo grandes deficiencias. Parecía que habían aprendido, pero viven en una burbuja. Lo único que interesa en la alta política es el dinero de Bruselas, como se vio en los aplausos de los ministros a Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno, en persona, anunció en mayo que regresaba el fútbol, en un momento en que recibía infinitas críticas. El fútbol ha contribuido a distraer a la gente; más aún con los errores e interpretaciones del VAR, que han sido circenses. Pero no esperaban el estrambote final: el caso del Fuenlabrada. Tras presumir de las medidas adoptadas, ayer ya iban por 16 casos positivos, de los cuales 12 futbolistas, con uno hospitalizado. Por cierto, el Cádiz jugó contra ellos siete días antes del primer positivo.