SE hace saber que el Corpus Christi era definido como “la fiesta grande de Cádiz” en los antiguos anales y crónicas. Era famosa la solemnidad de la procesión, la amplia participación de los gaditanos, los exornos efímeros, los soldados que cubrían toda la carrera, etcétera. Ese esplendor venía de los siglos anteriores. Vivimos en otros tiempos. Pero este año se ha dado un paso adelante para intentar mejorarlo. Se mantiene lo principal de siempre, que es el Santísimo, que sale a las calles. Sin Dios no hay Corpus. En Cádiz disfrutamos, además, con dos custodias extraordinarias (la del Cogollo, en la que va el viril con la Eucaristía, y la procesional que la recubre), que están entre las mejores de España y que reflejan el espléndido pasado.

ESTA es la semana del nuevo callejero gaditano. El alcalde de Cádiz, José María González, está inaugurando calles, pasajes, plazas y jardines con los nombres que han incorporado. Fue aprobado por la anterior Corporación Municipal, que también presidía él, pero le corresponde hacerlo en su nuevo periodo en la Alcaldía. En la tarde de ayer le tocó el turno a la merecida plaza que ya reconoce a mi querido amigo Pedro Payán Sotomayor en la Segunda Aguada. Un honor conseguido en vida, con lo cual Pedro tiene doble mérito. Hoy le toca el turno a la calle de Miguel Láinez Capote, que por desgracia no lo pudo ver en vida, sino que se ajusta a la norma clásica de honrar a los difuntos ilustres.

RARO es el trimestre en que no se monta una polémica por las peleas y broncas en la Punta de San Felipe, de Cádiz. La Policía Local, que mantiene un dispositivo fijo y está hasta la gorra de este asunto, ha elaborado un informe en el que ha comparado la situación con otras capitales andaluzas. Según los datos existentes, como se ha publicado, en los últimos 15 años hubo más de 2.900 reyertas en la Punta, donde a partir de 2007 se creó el botellódromo. Significa que las broncas proceden de antes de los botellódromos (en 2004 murió Francisco Gamboa, apuñalado en la Punta); y que suprimirlo, como pretende la Policía Local, no garantiza que Cádiz sea un oasis de paz y seguridad.

LA cabeza política de Irene García permanece en su sitio, de lo cual me alegro. No están los tiempos para carnicerías políticas. La presidenta de la Diputación Provincial mantendrá su cargo, como los demás colegas andaluces. Y tiene mérito, porque algunos pedristas ya habían desenfundado los cuchillos antisusanismo y, de momento, los han guardado. Un pacto para las diputaciones es relativamente sencillo, pues se trata del arte de repartir con cierta generosidad. Ya nadie habla de suprimirlas. Si acaso explican el destino que darán a su sueldecito de diputado provincial, que puede ser suficiente para mantener a un alcalde y repartir a los pobres. Las diputaciones practican la justicia distributiva, por lo que son de interés general. En ese contexto, Irene se había ganado la continuidad en el campo de batalla.

EL nuevo equipo de gobierno municipal de Cádiz ha empezado con buen pie. Me alegro por ellos y por ellas. La impresión inicial no es definitiva, pero aporta pistas. Es muy importante la primera foto. Hace cuatro años quedó para la posteridad aquel desahucio de la calle Benjumeda, cuando un concejal (que no sigue en la Corporación Municipal) apareció con los pies por delante, obstaculizando a la Policía. Esa no era la forma en que un Ayuntamiento debe evitar los desahucios, pero quedó como el testimonio gráfico del populismo. Sin embargo, cuatro años después, la gran foto que nos queda para el recuerdo es la que hizo Kiki del nuevo equipo de gobierno, con el alcalde sosteniendo su bastón de mando, y que parece la nueva junta de una cofradía de penitencia laica.