SE puede decir que la campaña electoral verdadera comienza hoy en Andalucía. Desde el Viernes de Dolores, al coincidir con la Semana Santa, el tono ha sido bajo, casi íntimo. Gracias a las procesiones, gracias a que la gente estaba en otros asuntos. Pendientes de si llueve o no; o del yihadista de Sevilla que después de asustar resultó embrionario; o de la reconstrucción de Notre Dame, con Macron al timón. Apenas ha trascendido que había una polémica por los debates con Pedro Sánchez. En Semana Santa parecía que hubiera una reconquista de Andalucía, como si hubieran echado a los líderes políticos de Despeñaperros hacia allá. En los telediarios aparecían por Galicia, por Asturias, por Cantabria…
LA coincidencia de la campaña electoral con la Semana Santa es una tentación peligrosa para politizarla. Por eso, ha resultado curioso lo ocurrido en Málaga. El hermano mayor de la Congregación de Mena, Antonio de la Morena, envió una carta a los líderes del PP, Pablo Casado; de Ciudadanos, Albert Rivera; y de Vox, Santiago Abascal, a fin de que se abstengan de acudir al traslado del Cristo de la Buena Muerte, para evitar que se politice el acto. Se podría pensar que si no lo quieren politizar, debían empezar por el principio. Es decir, que el traslado del Cristo no lo hicieran los legionarios. Pero eso supondría la ruptura de una tradición arraigada.
EL Viernes de Dolores comienza la campaña de las elecciones generales. Con la Semana Santa por medio, con la gente distraída en esos días, el resultado se va a decidir en los últimos minutos. El partido electoral está vivo, en una de esas fases que no gustan a los entrenadores, con toma y daca, ataques y contrataques, en los que siempre pierde el más tonto, digo el que comete más errores. Nadie tiene ganado el partido del 28 de abril, aunque Pedro Sánchez parte con ventaja. Las encuestas de los últimos días apuntan que volvemos a los clásicos: el título de la Moncloa se lo juegan el PSOE y el PP. Los equipos revelación se están desinflando.
EN las próximas elecciones no sólo está en juego el futuro de España, que suena rimbombante. También los partidos se juegan mucho. Por eso, hay nervios y movimientos estratégicos que pueden ser desesperados en los últimos días de campaña. Según las últimas encuestas publicadas, el resultado dependerá de la capacidad del PP para liquidar a Vox; es decir, para desinflarlo de votos. Si lo consigue, puede haber un Gobierno conjunto de PP y Ciudadanos. Pero, en estos momentos, lo más probable es que gane el PSOE y que obtenga opciones de gobernar. Bien con el pacto Frankenstein, incluyendo otra vez a los independentistas; o bien con Ciudadanos, lo que se antoja inviable, porque Rivera se debería tragar sus propias palabras. En tales condiciones, Frankenstein tiene las máximas posibilidades, a no ser que quieran volver a las urnas en otoño. Este supuesto tampoco es descartable.
A efectos electorales, Vox funciona como Podemos. Hace en la derecha lo mismo que el partido de Pablo Iglesias hizo en la izquierda. Aglutina votos periféricos del sistema, de los indignados (que los hay de izquierda, pero también de derecha) y se basa en el populismo, con propuestas irrealizables, con ambigüedades (unos buscan al franquismo sociológico, los otros buscan al comunismo sociológico) pero disimulan, porque quieren ampliar su base social. No les cabe el Estado, ni la Autonomía, ni el Ayuntamiento, ni nada en la cabeza. A Podemos se le ha notado en cuanto ha gobernado en algunos municipios. A Vox se le notó cuando llegó al Parlamento de Andalucía y quería prohibir competencias blindadas en el Estatuto.