HUBO un tiempo feliz, antes del coronavirus, incluso antes de la crisis de 2008, en que los diarios venían llenos de anuncios para comprar segundas residencias. Era como un estatus para una sociedad que prosperaba con Aznar, que se reía con Zapatero, y que sucumbía a los encantos seductores del boom del ladrillo. No era una novedad, exactamente, pues desde siglos pasados en Sevilla hubo familias que pasaban el otoño, el invierno y la primavera en la ciudad, mientras que en verano se iban al chalé del Aljarafe, en Villanueva del Ariscal, en Valencina de la Concepción, en Olivares, en Salteras, en Gines o donde cada cual se buscaba el terreno. Las temperaturas aljarafeñas, más suaves y menos insoportables, siempre hicieron de reclamo.

EL tiempo quizás sea el bien más preciado que recibimos al nacer, pero es irrecuperable. En estos días aciagos de encierros, cuando hablamos de las pérdidas económicas, de las medidas del Gobierno y la Junta para paliarlas y de la gravedad de la crisis que nos espera, hay que valorar la devastación de los sentimientos que ha causado el coronavirus. Lo espiritual, más allá de lo material. En Sevilla se llevará por delante muchos negocios recientemente inaugurados, e incluso proyectos en construcción. Ese gastrobar que abrió en la calle Julio César, esa confitería familiar de Los Bermejales, esa tienda de la calle Francos puesta con tanta ilusión… Detrás de un negocio también hay personas, a las que el destino ha golpeado sin piedad.

EL estado de alarma será prorrogado durante dos semanas más, hasta el 12 de abril. Significa que la gente permanecerá encerrada en sus casas como mínimo durante cuatro semanas, y que el periodo de exilio interior (pues de eso se trata) incluye toda la Semana Santa. Conviene no confundirse con las disposiciones del Vaticano, que hizo públicas el cardenal guineano Robert Sarah, prefecto de la Congregación del Culto Divino. La Semana Santa se celebra en Semana Santa. Esto es muy importante. Es decir, que el 5 de abril se celebran las misas del Domingo de Ramos, el 9 de abril los oficios del Jueves Santo, el 10 de abril los del Viernes Santo, el 11 de abril las vigilias pascuales y el 12 de abril las misas de Resurrección. ¿Fin del confinamiento ese día? No se sabe. Todo depende.

IMAGINA un clavel blanco de la Amargura que guiña a San Juan, un clavel rojo del Cristo del Amor que acaricia el pelícano, un clavel rosa del Dulce Nombre, el Valle o el Patrocinio, un tulipán abierto para la Virgen de Regla, un lirio de la Quinta Angustia o de Jesús Nazareno, un ramillete de azahar de la Virgen de la Concepción, un clavel ensangrentado que roza el talón del Gran Poder, un clavel que espera una lágrima de la Esperanza Macarena o una orquídea que se cimbrea en una jarra de la Esperanza de Triana, un clavel rojo que va a morir en el puente con el Cachorro y que ha muerto a la vera del sudario de la Mortaja, o un lirio que se ocultaba en la noche de San Lorenzo junto a la cruz vacía de la Soledad.

UNA de las características de la pandemia del coronavirus en España es su alta incidencia en las residencias de ancianos. Es curioso que hayan cambiado la denominación después del desastre. Hasta ahora se denominaban residencias de mayores, o residencias geriátricas. Pero, a partir de la proliferación de casos, han vuelto a ser ancianos, como se decía en otros tiempos. La ancianidad parece que expresa mejor una cercanía a la muerte, que la hace más llevadera. Al principio indicaron que el coronavirus sólo mataba a personas mayores, o con patologías previas. Parecía un matiz subliminal para restarle gravedad.