LAS protestas que organizaron los agricultores la semana pasada en Sevilla han sido simbólicas. Cortaron las cuatro autovías de acceso. Con su actitud establecieron una frontera alegórica entre la Sevilla urbana y la rural. Puede que esa sea la madre de todas las batallas agrarias. La culpa no es sólo de los hipermercados ni de los distribuidores. La culpa no es sólo del Gobierno del PSOE y de Unidas Podemos, que basa el conflicto en repartir subsidios mejorados, aplicando la receta que mejor conocen Pedro Sánchez y Pablo Iglesias: chupar de la teta del Estado, en vez de ordeñar la vaca. Sin embargo, puede que en el fondo del asunto esté el divorcio entre el campo y la ciudad, que tanto se nota en una Sevilla cada vez más urbana y menos agraria.

ESTÁ pasando lo previsible, lo que se sabía que iba a pasar. En cuanto han comprobado los efectos reales del Covid-19, que van a ser ruinosos para la economía, están poniendo las cosas en su sitio. El consejero de Salud y Familias, Jesús Aguirre, con ese desparpajo que le caracteriza, ya ha dicho que esto se verá pronto como “una gripe nueva que ha llegado”, y hasta se ha referido a “la banalidad del coronavirus”, cuya mortalidad es mínima, apenas del 2%, y generalmente en pacientes con otras patologías, como se sabía desde el principio, mientras propagaban el alarmismo. Uno de los problemas del coronavirus es la penosa gestión global, empezando por la OMS.

HAN pasado 40 años desde aquel 28 de febrero de 1980. Entonces yo era un joven que lo vivió de cerca. Entonces yo era un joven que informaba de aquel acontecimiento, por lo que no hace falta que nadie me lo cuente. Entonces, en ABC de Sevilla, ejercía como redactor jefe Antonio Burgos, el director era Nicolás Jesús Salas y los redactores de Política Andaluza éramos David Fernández Cabeza y yo. Después del referéndum, David tomó otros rumbos y a mí me faltó poco. Tal fue la esquizofrenia informativa, en una Andalucía bipolar, zarandeados entre las convicciones y las presiones. Por eso, el acto de hoy es evocador. Aquel referéndum no se hubiera ganado sin Manuel Clavero y sin Rafael Escuredo, ni tampoco sin Antonio Burgos.

TENÍA muy claro que nuestra percepción acerca de los enfermos por el covid-19 (popularmente conocido como el coronavirus) cambiaría en cuanto apareciera el primer caso en Sevilla. El mundo es un pañuelo que contagia las infecciones con los contactos. En China fueron descubiertos los primeros (con retraso, por cierto), y pusieron una barrera en torno a la ciudad de Wuhan y luego a la provincia de Hubei. Para que se hagan una idea: han dejado aislados a 56 millones de habitantes (que son los que viven allí), y así no se ha extendido a lo bestia por el resto de China, donde viven más de 1.300 millones de habitantes, en su inmensa mayoría sanos. Pero en este mundo globalizado es imposible que los casos no llegaran a otros países.

EL IVA de las sillas y palcos se ha colado en la confrontación política. La Junta ha entrado al trapo, a sabiendas de que es un asunto polémico en Sevilla y otras ciudades andaluzas. Por ello, el consejero de Hacienda, Juan Bravo, ha pedido a la ministra, María Jesús Montero, una reunión entre representantes de la Junta y el Gobierno, a fin de negociar la rebaja del IVA al tipo reducido del 10%. Es decir, que el IVA de las sillas y palcos se añade a la financiación autonómica, a las dificultades para endeudarse y otros asuntos pendientes que enfrentan al PP y Ciudadanos con el PSOE. Es lo que se conoce como la confrontación.