ESTE Gobierno no quiere que los sevillanos vayan a las playas y este Ayuntamiento va a conseguir que se acostumbren a las plagas. Ya tengo escrito que los alemanes podrían llegar a las islas Baleares antes que los sevillanos a Matalascañas o Chipiona (puesto que Pedro Sánchez le da coba a Juanma Moreno en todas las reuniones de presidentes). Pero las plagas empiezan a ser más preocupantes que las playas. El pasado domingo, como la gente sigue confinada en la provincia única, había algunas personas paseando por los alrededores de la Catedral, y se pudo ver una rata muerta, a plena luz del día, junto a la puerta de San Miguel, que estaba abierta para una misa de precepto con 30% del aforo.

Las plagas no sabemos si estarán ya al 50%. Los del PP son los expertos en bichos, y lo denuncian cada vez que pueden. A la vista está. Escribí que, al salir del encierro, llamaba poderosamente la atención la suciedad y el abandono que se percibe en muchas zonas de Sevilla. Evelia Rincón, concejala del PP, denunció que hay solares y zonas verdes en los que se acumula “la maleza”. Esa palabra es bonita (en sí misma advierte de algo malo), pero la maleza sevillana tiene algo de selvática y es encubridora de insectos variados.

No es una exageración de la oposición municipal, dispuesta a socavar al alcalde Espadas, diciendo que la ciudad está muy sucia. Salgan de paseo sin franja horaria. Al correr por los parques hallamos bichos sospechosos. Carreritas de cucarachas se han visto por varias calles. A la rata despanzurrada de la Avenida la vi yo, y a otras ratas las han visto otros. La pregunta es: ¿estaría Sevilla con tantos animalitos a su antojo si se hubiera mantenido el gran boom del turismo? ¿Verían ratas los turistas sin cuarentena al salir de la Catedral?

En China (y no sólo en Wuhan) la higiene fue esencial para acabar con el coronavirus. Los operarios que limpiaban no eran militares, aunque iban vestidos como de guerra de las galaxias. Si aquí se desinfectara y se actuara contra la maleza como es debido, no se vería lo que se está viendo. Algo especial deberían hacer. Algo más que aprovecharse de que Sevilla se ha quedado para los sevillanos. Y, como dice el refrán, donde hay confianza da asco.

A falta de playas, no deberíamos conformarnos con las plagas. Esta Sevilla retrocede en el tiempo: a los viejos domingos de calores en soledad, con las calles vacías y las tiendas cerradas. A las ratas, las cucarachas, las pulgas y ciertos insectos, que se apoderan de las ciudades pobres, y de aquellos espacios públicos que la civilización abandona. A eso estamos llegando.

ESTE Gobierno no quiere que los sevillanos vayan a las playas y este Ayuntamiento va a conseguir que se acostumbren a las plagas. Ya tengo escrito que los alemanes podrían llegar a las islas Baleares antes que los sevillanos a Matalascañas o Chipiona (puesto que Pedro Sánchez le da coba a Juanma Moreno en todas las reuniones de presidentes). Pero las plagas empiezan a ser más preocupantes que las playas. El pasado domingo, como la gente sigue confinada en la provincia única, había algunas personas paseando por los alrededores de la Catedral, y se pudo ver una rata muerta, a plena luz del día, junto a la puerta de San Miguel, que estaba abierta para una misa de precepto con 30% del aforo.

EL ingreso mínimo vital que aprobará mañana el Gobierno no es lo mismo que la renta universal básica. No consiste en que todos los españoles e inmigrantes perciban una paguita de Pedro Sánchez. Esa diferencia de conceptos es esencial. Soy partidario del ingreso mínimo vital. También de que sea transitorio, excepcional, y para las personas realmente necesitadas. Y que no sea un donativo de la caridad del Estado, sino vinculado a buscar empleo. No puede ser un chollo sin final, como pretendía Pablo Iglesias, porque en tal caso fomentarán el fraude fiscal y las chapuzas en dinero negro, perjudicando a autónomos y trabajadores legales. Pero es cierto que muchas familias han quedado arruinadas, y no pocas en Sevilla, que ya era la capital de los barrios pobres. Las ayudas pueden ser vitales.

ENTRÓ, entró, dice la gente, loca de contenta. Sevilla ya ha pasado a la fase 2. ¿Ah sí? Mira qué bien. ¿Y para qué, María Jesús? A la gente le va a dar un patatús. Igual que se puede elegir, en ciertos menús, entre carne o pescado, cuando hace más de 38 grados en Sevilla hay que optar entre playa o piscina. Aquí no hay playa, a pesar de ciertos intentos, desde los tiempos de María Trifulca. Aquí no tenemos la Barceloneta, que en la fase 0 ya está llena. Sin embargo, hay playas en las provincias de Huelva y Cádiz, que también han pasado a la fase 2. Han tenido más suerte que Málaga y Granada. Huelva y Cádiz están a una hora en coche, o así, por lo que es posible incluso ir, bañarse y volver en el día. Otra semana será, aunque no se sabe cuándo. Quizá cuando haya muertos por una ola de calor.

EL coronavirus va a pasar por la plancha, como si fuera un chuletón de buey. El coronavirus no ha muerto en Sevilla, pero está dando las últimas boqueadas en la pandemia de primavera. Todavía puede soltar alguna cornada, aunque es probable que reciba el puntillazo este fin de semana, cuando las temperaturas se aproximarán a los 40 grados. Hay que mantener las medidas de precaución, usar mascarillas y guardar las distancias sociales. Pero no se puede engañar a la gente, ni siquiera entre ellos, como en la reforma laboral. Para acabar con la pandemia en esta primera fase basta con seguir los contagios. La batalla sanitaria está prácticamente ganada, hasta que pase el verano. Otra cosa es la ruina que viene, que será mortal de necesidad.

LA OMS está en el punto de mira. Sus errores manifiestos en el inicio de la pandemia del coronavirus han favorecido que hubiera miles de muertos en todo el mundo. Sobre todo en países como España, que tiene a un coordinador de Emergencias llamado Fernando Simón, que seguía sus directrices sin atender las peculiaridades españolas, como el flujo de viajeros peligrosos. Además de que la directora de Salud Pública de la OMS es la asturiana María Neira, que apareció varias veces en los telediarios de febrero, diciendo que no había pandemia en el mundo. Negaron todo. También negaron la utilidad de las mascarillas y dijeron que bastaba con lavarse las manos.