LA fiesta local sevillana del Corpus se ha convertido en un problema para Andalucía. Han pasado las ocho provincias a la fase 3. ¿Y ahora qué hace la Junta? ¿Lo contrario de lo que pedían, o arriesgarse a un éxodo masivo? Lo más lógico es abrir la puerta, porque el coronavirus está de recogida. Viene un puente de plata. Pero no de plata como la Custodia de Juan de Arfe, sino de plata para largarse. Es archiconocida la frase: “Al enemigo que huye, puente de plata”. Se atribuye al Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba, si bien es más popular por estar reproducida en el Quijote cervantino. En el Corpus de 2020, el puente de plata no es para que huya el enemigo, sino el sevillano. Y esas fugas llegarán después de las amenazas de Juanma Moreno: si no hay café para todos en la fase 3, no habrá movilidad entre provincias.

DECÍAMOS ayer que vuelve la Liga, que se reanudará el próximo jueves con un apasionante Sevilla-Betis, y que ya no se hablará con la misma intensidad del coronavirus. Habrá fútbol todos los días, desde el 11 de junio al 19 de julio. Algo así como una cuarentena deportiva. Para que vean el poder del fútbol: resultó que el mismo día en que toda la oposición de Colón (también Ciudadanos) estaba pidiendo la dimisión del ministro Grande-Marlaska, apareció por la tarde el gran Simón en el show de su rueda de prensa, y dijo que estudiarán la posibilidad de que el público vuelva a los estadios antes de que acabe la Liga; o sea, dentro de un mes, o puede que antes.

SE acabó lo que se daba. Falta una semana. Al coronavirus le quedan siete telediarios. Vuelve el fútbol, y ya no se hablará de otra cosa.Ya no se hablará de Joaquín el de Bélgica, sino de Joaquín el del Betis. Volverá el balón y empieza por todo lo alto, con un Sevilla-Betis como primer partido. Un duelo fratricida, que resultará un poco descafeinado por la ausencia del público. En este caso, para beneplácito del equipo visitante. No es lo mismo sentir el aliento de la afición local (y lo que no es el aliento), o jugar como en un entrenamiento en el estadio vacío. Sin público se oye todo. De modo que si alguien piropea al árbitro desde el banquillo, o le dice “hijo de terrorista” o “señora marquesa”, no hará falta que el cuarto árbitro haga de chivato.

ENTRE las actividades suprimidas en Sevilla, a consecuencia del coronavirus, están las procesiones pobres. Me refiero a las de Gloria y Sacramentales, que son las secciones consideradas como los parientes pobres del Consejo de Hermandades y Cofradías. El sentido de esa humildad ya se lo aplicó Joaquín Romero Murube a los sagrarios pobres, cuando los elogió en Dios en la ciudad. Admiraba los sagrarios de los conventos de clausura, con sus flores de trapo, sus macetas y su modestia, allá por la II República, que es cuando lo publicó por vez primera. Las procesiones de gloria no sé si están mejor o peor que antes de la Guerra Civil. Hasta 2019 salían, que ya es algo. Y les ayudaban con las subvenciones del Consejo, gracias a las sillas.

A la gente corriente le ha llamado mucho la atención la fiesta en la que participó el príncipe Joaquín de Bélgica en Córdoba, a la que también asistieron cinco jóvenes de Sevilla, que formaron parte del grupo de los 27. Todo lo sucedido ha sido admirable, y demuestra cómo gestionan estos asuntos del coronavirus. La confianza en los milagros es ilimitada. El día después del fiestón, Joaquín el belga dio positivo en la prueba del Covid 19, que le realizaron al sentirse enfermo. Han puesto en cuarentena a los asistentes, momento en el que descubrieron que cinco habían llegado desde Sevilla, una provincia limítrofe, y no se sabe cómo, quizá porque la fiesta era una actividad esencial o trabajaban fuera.