HA muerto la viuda de Fernando Quiñones. Así me comentó un amigo por Whatsapp la noticia de la muerte de Nadia Consolani. Y esa forma de decirlo me hizo reflexionar sobre la fugacidad de las cosas mundanas y el papel que desempeñamos según las circunstancias. Porque ella era la viuda de Fernando Quiñones, y quizás en los últimos años de su vida ejerció más ese papel de viuda que antes el de esposa cuando el escritor estaba vivo. Sin embargo, antes y después de que falleciera Fernando, ella era por encima de todo Nadia Consolani, una mujer con su propia personalidad, que quizás estuvo algo tapada por la popularidad del escritor.

SE van a cumplir cinco años desde que empezó el confinamiento del Covid. Es curioso que el Gobierno intente perpetuar la memoria histórica de un dictador que murió hace 50 años y no nos acordemos apenas de lo sucedido hace sólo cinco años. El estado de alarma duró 100 días (3 meses y 8 días), en los que permanecimos encerrados en nuestros domicilios con pocas excepciones. Las medidas se fueron relajando gradualmente, aunque con algunas decisiones tan discutibles como no poder viajar de una provincia a otra, sin tener en cuenta los kilometrajes de las distancias. Es decir, que se podía ir desde Cádiz a Alcalá del Valle, pero no a El Cuervo o Lebrija.

PUEDE que Felipe Campuzano le diera a Cádiz más de lo que Cádiz le dio a Felipe Campuzano. Aunque lo principal que le aportó su tierra de nacimiento y devoción fue inspiración. En su muerte, se ha decretado un día de luto oficial. Un día para una vida, en la que Cádiz fue el origen de su música. Quizás su fallecimiento no ha tenido la relevancia que se merecía. En los últimos años, vivía en Marbella. Sin embargo, en su obra y en sus actuaciones, Cádiz fue la musa de su música. Supo combinar la calidad con la popularidad, desde Andalucía espiritual hasta la composición del Te estoy amando locamente de Las Grecas, de la que vendieron medio millón de discos. Piano rima con Campuzano. Y su piano era gaditano, que también rima con naturalidad y con la realidad de su vida.

AL poner el foco en los botellones, el Ayuntamiento de Cádiz se colocó la soga al cuello. Mierda siempre hubo, en altas cantidades. Pero, si se dice que lo van intentar controlar, y pasa lo que ha pasado, la limpieza se convierte en una asignatura pendiente. Las fotos de la plaza de la Catedral con el espacio de las escalinatas vallado, pero lleno de basuras, han dado la vuelta a España. Y se ha difundido la imagen de que el Carnaval de Cádiz es una de las fiestas más guarras que actualmente se celebran en este país. Con permiso de la tomatina de Buñol (Valencia), o incluso de los Sanfermines, donde no sólo hay toros para que los corran por la calle de la Estafeta en Pamplona. Deben tomar medidas más contundentes.

PASA con los botellones lo mismo que sucedió en la década pasada con las barbacoas del Trofeo. Comenzaron como una consecuencia de la fiesta. Sin embargo, terminaron por devorarla. De modo que las barbacoas del Trofeo pasaron a ser un inconveniente para la ciudad de Cádiz. El mismo Ayuntamiento, que las había alentado en los tiempos de Teófila Martínez, y trató de incorporarlas al Libro Guinness de los Récords, optó por reconducirlas. Y, cuando se vio que no era posible, se las cargaron (bien cargadas) en los tiempos de Kichi en la Alcaldía. Y ya a nadie se le ocurre recuperarlas. Pero el botellón del Carnaval resulta más difícil de prevenir.