NO es costumbre que los papas acudan a Sevilla en Semana Santa, ni mucho menos a la Feria. A lo más que se ha llegado es a cantarle sevillanas a Juan Pablo II, aquellas del Adiós, de Los Amigos de Gines, con el “no te vayas todavía”. Desde que se fue, no ha vuelto ningún Papa a Sevilla. Francisco no acudió, es una historia ya sabida. Prefirió viajar a Mongolia, lo que aprovechó Javier Cercas para escribir un libro religioso de un ateo, El loco de Dios en el fin del mundo, que estos días se ha convertido en un best-seller. En Mongolia apenas hay 1.500 católicos, que son menos de la mitad de los nazarenos de la Macarena. Y está más lejos que El Cerro del Águila. En Mongolia no tendrían problemas de masificación con los nazarenos. Pero el Papa fue allí y no aquí.
Y se busca que el culpable del apagón no sea el Gobierno, ni mucho menos su presidente. Pedro Sánchez primero negó que el apagón hubiera sido causado por un ciberataque, pero después dijo que no descarta ninguna posibilidad, incluida esa. Al principio, lo del ciberataque le debió sonar a vulnerabilidad de España. Pero después le han debido explicar que, si no era por el ciberataque, habrá sido por un fallo en la gestión del sistema eléctrico español. Y que, si es por el uso excesivo de la energía fotovoltaica, y porque es menos fiable que la nuclear para garantizar el suministro, entonces la responsabilidad sería de las políticas energéticas del Gobierno. Y quedaría como culpable político del apagón.
VELAD, porque no sabéis ni el día ni la hora. Velad nos suena a vela. Todo está escrito en las sagradas escrituras. El Apocalipsis también. Algunos decían: “Esto debe ser el fin del mundo”. No hace falta que venga un Papa negro, Francisco era jesuita. Estaban las tertulias llenas de vaticanistas, pero de inmediato se reconvirtieron en electricistas. Como dijo un tertuliano, “yo no soy vaticanista, ni entiendo de electricidad”. La gente opina de todo, sin saber de nada. Y no se escucha, esto último lo advirtió el Papa Francisco. Hay que escuchar. Sí, pero no dijo que para escuchar hace falta que alguien diga algo. Y un transistor con pilas, como los de nuestros abuelos para escuchar el parte de Radio Nacional.
TODO el mundo en general se ha quedado desconcertado con la muerte del papa Francisco. Al dolor que origina en los católicos la muerte de un Papa, ya se añaden los comentarios y elucubraciones sobre quién será el próximo sucesor de Pedro. Y al ocurrir el óbito al inicio de la semana de Pascua, el desconcierto es máximo. Se han cambiado los guiones de las tertulias sevillanas. En vez de hablar de la Semana Santa, han aparecido vaticanistas hasta debajo de los adoquines de la calle Laraña. Ya opinan sobre los papables incluso personas medio ateas que no han ido a misa desde que hicieron la primera comunión. Y que ahora parece que conocen a los cardenales como si fueran de su familia.
NUNCA el tiempo corre tan rápido como en la tarde del Jueves Santo. A veces pienso que son horas mágicas, eclipsadas sin quererlo por la plenitud posterior de la Madrugada. Es un eclipse parcial, que no oculta por completo el brillo del Jueves Santo. La cantidad de acontecimientos que viviremos en 24 horas no debería tapar la calidad de unas vivencias que son inolvidables. Y no sólo porque salen siete cofradías históricas, que en sí mismas cada una es un tesoro que se deposita en las calles. La tarde del Jueves Santo tiene una espiritualidad propia, que va más allá de la liturgia, a pesar del ruido de fondo.