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HA sido curioso el proceso participativo de los Juanillos de 2020. En pleno jaleo del estado de alarma, el 18 de mayo, el Ayuntamiento de Cádiz abrió la inscripción para el tradicional concurso de mamarrachos susceptibles de ser quemados. El plazo concluyó el 1 de junio, resultando que el número de juanillos inscritos fue: cero patatero. Como si estuvieran de cuarentena con el Covid 19. Y los animosos grupos y asociaciones que otros años se lanzaron a las quemas organizadas, en esta ocasión pasaron del asunto. Cádiz se iba a quedar sin esta gran noche. ¿Juanillos con mascarillas? No, gracias. Sin embargo, ahí apareció el Ayuntamiento de Cádiz para anunciar que habría Juanillos, si bien remodelando la fiesta.
LAS mascarillas han llegado para quedarse. Algo así dijo el doctor Simón, cuando ya las vendían en todas las farmacias y en muchos supermercados. Es decir, cuando llegaron las mascarillas al público, que fue cuando ya iban las cuentas por más de 15.000 muertos. Según algunos expertos, es posible que hubieran evitado cientos o decenas de muertos, e infinidad de contagios, en caso de haber tenido más y mejores elementos de protección desde el principio. Es decir, a finales de febrero y comienzos de marzo, cuando incluso las exportaban desde España, y se compraban en Amazon, hasta que se acabaron. Pero ahora es diferente y en Sevilla lo deben aprovechar.
A propósito de la polémica por las terrazas de los bares entre el Ayuntamiento y los hosteleros, se debe recordar que Cádiz es muy chiquito. Eso forma parte del problema. Cádiz es como una isla formada por dos (Erytheia y Kotinoussa, a las que ahora llaman Eritea y Cotinusa), que incluso tenían un canal. Sin abundar en la historia, que ya la hemos contado otras veces, Cádiz no es como Nueva York o Shanghái, ni siquiera como Madrid. Ni tampoco como Barcelona, ya que las playas de Cádiz son mejores, y es preferible la Caleta a la Barceloneta. En resumen, pues sí: Cádiz es chiquito y eso condiciona todo. También los aforos playeros en pleamar.
EL estado de alarma ha durado 100 días, ha llegado hasta el comienzo del verano. Pedro Sánchez se queda muy contento (a pesar de los muertos por contar), porque él ha salvado el pellejo. En Sevilla empieza un duro verano, y para hoy han previsto una máxima de 41 grados. Domingo triste, de calles vacías y sudor en soledad. Los únicos remedios contra el coronavirus han sido el confinamiento y el calor. Es decir, encerrar a la gente y ganar tiempo. Con eso paliaron el caos de la falta de mascarillas y equipos de protección en los primeros momentos, así como las facilidades dadas para los contagios. Primero, favoreciendo concentraciones como las del fútbol profesional y el 8-M, cuando el coronavirus ya había llegado a Europa (y a España, donde aparecieron casos en febrero). Y segundo, con el caos en los hospitales, que se convirtieron en un foco de contagios, con una carga vírica terrible, y con sanitarios enviados al martirio. Y tercero, por ser incapaces de poner cortafuegos en algunas residencias de ancianos, donde han muerto miles de personas (no se sabe cuántos), en muchos casos porque introdujeron el virus cuidadores y visitantes asintomáticos.
GANAR este partido hubiera significado dar un paso importantísimo hacia el ascenso. El Cádiz desperdició una gran oportunidad. Sin quitar méritos al Alcorcón, que no ha perdido fuera de su estadio, el partido estuvo condicionado por las debilidades del Cádiz. Errores en la alineación inicial, errores en el juego, el peso de las lesiones, y también el árbitro Muñiz Ruiz, que toleró las constantes rupturas de jugadas y faltas del Alcorcón, además de un presunto penalti que el VAR no concedió. Quedó la sensación de que los errores influyeron demasiado.